lunes, 8 de enero de 2018

19 de febrero de 2017

Corría a través de un gran cuarto con muchas puertas. Tenía al hombro una especie de cohete de esos que se usan para lanzar fuegos artificiales. Funcionaba como una bazuca, pero más parecía un fósforo gigantesco, con uno de sus extremos cubierto por una lona blanca. Corría de aquí para allá, tratando de librarme de él, hasta que lo lancé y estalló en el aire, a pocos metros sobre mi cabeza.

Después agarré de la mano a mi hermana y corrimos a refugiarnos tras una puerta, que resultó ser la de un baño. El impacto del cohete fue largo y muy ruidoso, bañándonos durante varios minutos con una ráfaga de aire caliente que nos despeinó, y lanzando la tierra del suelo sobre nuestras piernas, filosa como agujas. Una vez cesó, aparecimos malheridas y desnudas. Totalmente desnudas. Miré el cuerpo de mi hermana y estaba toda llena de lunares peludos por todo el cuerpo.

Algo tocó la puerta de pronto. Sin decir palabra tomamos la varilla que sostenía la cortina como armas y la afilamos en un extremo, cual lanza de aborigen. Estábamos en guardia. En lugar de perilla, en la puerta había un hueco, y a través de ese hueco pude ver que al otro lado estaban una niña y un niño. A éste último nada más le vi de la cintura para abajo, y a la niña le vi la mitad de su rostro demacrado. De pronto, por el hueco de la perilla, emergió una mano blanca. Blandía una especie de cuchilla curva, bien filosa y del tamaño de una uña, y se sacudía epilépticamente sobre la puerta, tratando de alcanzar algún resquicio de nuestros cuerpos. Sin detenerme a pensar, agarré una de las varillas y comencé a cortar el brazo, bastante limpiamente para ser una lanza mal tallada. Los gritos desgarradores y guturales de aquel individuo se mezclaron con los míos, que en ese momento me despertaba, confundida y algo mareada.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario