Hace unos días, mientras organizaba el cuchitril que llamo cuarto, encontré un par de libretas viejas. Eran las que usé durante la universidad, con anotaciones que olvidé y una dizque literatura bien incipiente que ahora me gustaría quemar. En una de ellas, la más reciente, creo, estaban los primeros capítulos de una novela infantil que ha sido mi sueño frustrado desde 2013. Al pasar las páginas me topé, entre otras cosas, con el dibujo de una frase de Ana Frank: "No quiero haber vivido en vano. Quiero ser útil, llevar alegría a la gente. Quiero seguir viviendo incluso tras mi muerte". Recuerdo que la anoté como recordatorio para mí misma. Un gran anhelo. Mi mayor obsesión.
Más que a la muerte, a lo que más le temo es al olvido. Al total olvido. Y es que uno muere y la Tierra seguirá girando. Uno muere y ya. Es todo. Una mota más para el polvo interestelar. Qué vaina.
Al igual que Ana, yo quiero dejar una huella en este puto mundo. Quiero sentir que valgo la pena, quiero sentir que lo que hago hará eco en la eternidad y que en veinte siglos la gente leerá lo que escribo.
También me aterra pensar que tendré el destino de Van Gogh o de Poe, que no alcanzaron a vivir su éxito. Para Ana Frank fue algo así también. Ella lo logró lo que quería, pero de una increíblemente trágica manera.
Supongo que todavía podemos decidir, podemos actuar, luchar por hacer realidad esas metas que tenemos.
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