sábado, 21 de abril de 2018

Donde las mariposas se suicidan: 2

14 de agosto de 2015

Veinticinco años. Casi treinta. Un año más de vida, un año cada vez más cerca de la muerte… 
Para ser francos, cumplir años dejó de emocionarme hace tiempo. Lo primero que hice al abrir los ojos fue pedir al cielo con todas mis fuerzas que me dejaran en paz, que nadie me molestara. Pero me llamó hasta Movistar. 
¿Cómo puede uno estar listo para el futuro cuando ni ganas hay de levantarse en la mañana? 
Mis hermanos entraron al cuarto y me felicitaron… a su manera. No son, lo que se diga, afectuosos. Mi mamá también entró. Me abrazó y me plantó un beso en la frente. De pronto su celular sonó y se apartó. Al cabo de unos minutos comenzó a hablar bien escandalosamente. El rostro se le iluminó y todo. 
Ok. Esto es raro, dije. 
Está sonriendo, dijo Toño—. ¡Rápido! ¡Pidan un deseo!
Oigan, oigan, ¡es Cristina!, dijo mi mamá. Luego, acomodando el celular sobre la cama, añadió: ¡Cris! Aquí están tus primos. Te voy a poner en altavoz.
¡Hola, Cris!
Ay, Dios mío. ¿Ese es Toño? ¡Pero qué voz tan grave!—, dijo la persona al otro lado de la línea. 
¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo!
Sí, ¿verdad?, continuó la voz. Adriana y yo nos miramos confundidas—. ¿Y las peladas?
Aquí están—, dijo mi mamá—. Vengan, saluden.
Hola, dijo Adri. 
Hey, ¿cómo va todo?
Bien.
Me dijo mi tía que pasaste en la Nacional.
Sí.
La futura periodista de la familia pasó con honores—, dijo mi mamá sonriente. 
Ay, ¡qué bien! Te felicito, Adri.
Gracias. 
¿Y Juli?
Mi mamá me hizo señas para que saludara. 
Hola, Juli. ¡Feliz cumpleaños!
Gracias—, dije.
No debes ni acordarte de mí. ¿Cómo estás? Me dijo mi tía que te hiciste un corte súper radical.
—Le faltaron dos centímetros para raparse—, dijo mi mamá. 
Tu tío estuvo en duelo como por dos meses, dijo Toño—. Le lloró más al pelo de ella que a la abuela.
Ay, pero esos cambios son buenos—, dijo la voz luego de soltar una risa estridente que hizo vibrar a la cama.

Yo me sentí estúpida ahí, todavía inclinada sobre el teléfono, cuando ya ni siquiera estaban hablando conmigo. Entonces me volví para salir, y me choqué con mi papá. 
Cuidado, pequeña, dijo él. 
¡Llegó tu tío, Cris!—, dijo mi mamá. 
¡Ah! ¡Hola, tío!
¡Hola, Tina-Gelatina! 
Rato sin escuchar ese nombreAunque con lo gorda que estoy ese apodo me cae más que bien.
Después de eso no escuché más. La mañana pasó sin pena ni gloria, y gran parte del resto del día me la pasé acostada, con la sábana hasta la cabeza, a pesar del calor.
Como a las cinco me escribió Aleja, con ganas de que nos fuéramos de rumba. Yo suspiré. No tenía las más mínimas ganas de salir a ningún lado. Sin embargo, a las once y media ya estábamos en una discoteca. Nos sentamos en la barra y cada una pidió una cerveza. Luego de tomárnoslas, nos fuimos para la pista. 
Hacía mucho, muchísimo calor. La camisa me fastidiaba sobre los pezones y el short comenzó a picarme. De la ansiedad comencé a morderme los labios, y el sabor del labial me llegó hasta la garganta. En eso pusieron una champeta, de esas africanas, bien largas, y se me alborotaron las ganas de salir corriendo. Aunque bueno, después pusieron un par de salsas y se me pasaron. Sin embargo, el alivio no duró mucho, pues al lado mío estaba un tipo bien gordo que prácticamente ordeñó su sudor sobre mí. Retrocedí, en un intento por apartarme de la carne velluda que le colgaba del antebrazo, hasta que un golpe me hizo volverme. Una mujer, muerta de la risa, sacudía su cabello negro de lado a lado. Bailaba sin bailar. No sé, era una cosa muy rara. Se movía al ritmo de la música, pero no bailaba en el sentido estricto de la palabra. Unos mechones de pelo crespo le enmarcaban el rostro brillante. Sonreía con los ojos cerrados mientras subía y bajaba las caderas. 
Hola, me dijo al darse cuenta de que la estaba mirando. 
Yo me limité a sonreír algo incómodamente. 
¿Bailas? 
Ya lo estoy haciendo, contesté. 
Es cierto, es cierto, dijo riéndose. Luego se quedó mirándome por unos segundos. Se mordió los labios y añadió—: Pero… conmigo. Baila conmigo.
Dicho esto, me estiró la mano y se pegó a mí, rodeándome el cuello con sus brazos. No sabía qué hacer. Ni siquiera sabía dónde colocar las manos. Busqué a Aleja con la mirada, y vi que estaba bailando con un tipo. Al darse cuenta de mi situación abrió bien los ojos y la boca. Yo me eché a reír y volví a mirar a la loca. Las perlas negras que tenía por ojos los clavó sobre mí sin piedad. Sonreía de manera contagiosa. 
Brillaba como con luz propia. 
Así permanecimos por largo rato, ella sacudiendo las caderas contra la bragueta de mi short y yo concentrada en su delicioso escote en V, hasta que noté que unos hombres nos estaban mirando. Ella también se dio cuenta, se rio y dijo: 
Al público, lo que quiere.
Y tomándome por las mejillas me besó. Así sin más. Pero fue un beso rápido. Un pico. Después se abalanzó otra vez y depositó sus suaves labios en los míos, primero bien lentamente, luego con ansiedad. Me ericé toda al sentir que me mordía. 
Lo que pasó después no tuvo mucho eco en mi cabeza. Una vez acabada la canción, yo corrí a reencontrarme con Aleja. 
Explícame, me dijo ella—. ¿Quién era esa?
No sé, marica.
¡Pero se besaron!
Ajá…
Entonces me golpeó el brazo con un puño y nos echamos a reír. Bailamos unas tres canciones más hasta que nos cansamos y decidimos aplicar la de Calabaza, Calabaza, todo el mundo para su casa. 
Ya estaba en el umbral de la puerta que daba a la calle, cuando sentí que me jalaron del brazo. 
Era ella. Con los labios brillantes, pidiéndome que me quedara un ratico más. Como pude me zafé de su mano y diciéndole chao con la mía me fui.
Ahora escribiendo esto, caigo en cuenta que ni siquiera fui capaz de preguntar su nombre.


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