19 de agosto de 2015
La verdad, como dije ayer, no pensaba que Cris hablara en serio con lo de llevarme a su hostal. Pero al verla entrar toda emocionada al cuarto, a las siete de la mañana, supe que sí iba en serio.
—¿Ya estás lista?—me preguntó.
—¡No!—, grité tapándome el pecho desnudo con la toalla.
Ella rio. Me apresuré a vestirme.
—No. Ni creas que vas a salir así.
—¿Qué tiene de malo Michael Jackson?—, dije tirándome de la camiseta.
Entonces caminó hasta el clóset y comenzó a sacar ropa al azar.
—Qué tal… esta camisa… ¿con este pantalón? ¿O este vestido?
—Yo me puedo cambiar sola. Gracias—, dije quitándole con brusquedad la ropa que tenía en las manos. Ella solo se rio. ¿Se tomará algo en serio alguna vez?
Después de cambiarme, me despedí de mi familia.
—Me la voy a robar un rato—, dijo Cris asiéndome del brazo.
Mi mamá me miró con preocupación, pero como ella también quería que cambiara de ambiente, que “me oreara” un poco, no opuso resistencia alguna.
Salimos de la casa con dirección al centro de la ciudad, y en el mercado nos montamos en la camioneta que salió para Minca. Ella iba en el puesto del copiloto. Cuando no hablaba con el chofer, como si lo conociera de toda la vida, mantenía el celular pegado a la oreja. Yo iba atrás, con la única compañía del caparazón gigante que decía ser mi maletín, sin decir nada. A cada tanto volteaba para sonreírme o preguntarme cómo estaba, y yo contestaba que bien, aunque no era del todo cierto, pues los incontables saltos en el camino me habían dado náuseas, haciendo temblar hasta los pensamientos.
Llevábamos como media hora de recorrido cuando nos detuvimos. Me bajé y descubrí que habíamos parado en un mirador. Al asomarme al abismo, me embobé: era un lugar paradisíaco, como de película. Una cerca de caña de azúcar bordeaba el paisaje lleno de árboles y musgo. Abajo se veía el largo y serpenteante camino, salpicado de barro y tatuado por las llantas de los carros, todo cubierto por una neblina densa que se movía al ritmo de las nubes.
¿En verdad seguía en Santa Marta?
Al cabo de unos segundos sentí que Cris me llamó. Al correr hacia ella, me pidió que llevara una caja a la camioneta. Una vez terminaron de acomodarlo todo, nos embarcamos otra vez en el carro y arrancamos.
Fue un viaje largo, larguísimo. Me dejó sin riñones. Además, me quería estallar la cabeza. Llegamos al hostal a las nueve y media. Ni bien hube pisado tierra firme comenzaron a atacarme los mosquitos. Mordían sin piedad, atravesando el jean, mientras caminábamos a través de un sendero y subíamos unas escaleritas. Cris me indicó el camino hacia la recepción y ella se quedó hablando con unos señores. Entonces llegué y me encontré a un muchacho, moreno, con la vista enfrascada en el celular.
—Estamos llenos—, dijo después de mirarme de arriba abajo.
—No. No vengo a hospedarme…
—Ah, ¿no?
—No. Soy Juliana. Juliana Rojas—él se me quedó mirando, con cara de pocos amigos—. Soy, eh… hace dos días me enteré que soy familia de Cristina.
—Media Minca dice ser familia de ella.
—Ajá, Mani—, dijo Cris apareciendo detrás de mí.
—Cris—, dijo el aludido saludándola de besito.
—Esta es Juli. Juli, ese pesado es Mani.
—Solo estaba tanteando el terreno—, dijo él sonriéndome. Yo también sonreí, aunque más bien incómodamente.
Adentro era sorprendentemente iluminado. Sus paredes estaban pintadas como con grafitti, con colores rechinantes y bien brillantes. Había cajas por todos lados.
—Perdón por el desorden—, dijo Cris mientras pasábamos por sobre el océano de cartón.
Me entretuve viendo todo el sitio. Era todo muy colorido. Muy ecológico. Muy… hippie, con materas y helechos colgantes por todos lados.
—Siéntate—, me dijo señalando un sofá grandísimo, que alrededor tenía una pequeña biblioteca. Me senté y luego me dijo—: ¿Quieres algo? ¿Gaseosa? ¿Agua?
—Gaseosa está bien—, contesté.
En eso sentí que un carro se parqueó.
—Eh… creo que llegó alguien—, dije mirando a Mani, pero él estaba hablando con Cris de algo que supuse era importante, pues estaban bien serios. Frunciendo el ceño, me asomé a la recepción. Un hombre grandísimo que cargaba unas bolsas de supermercado me miró con asombro.
—Eh… estamos llenos—, dije con algo de nerviosismo.
—¿En serio?—, dijo el hombre con una voz gravísima y con una cara de decepción. Colocó unas bolsas en el suelo y añadió—: Qué mal. Y yo que no tengo dónde quedarme…
—Voy a… voy a ver qué se puede hacer.
—Yo duermo en cualquier parte—el tipo se me acercó. Su sonrisa hizo que me temblaran las piernas—. Podría hasta dormir contigo. No me muevo mucho.
—Puedes dormir conmigo, papi—, dijo Mani llegando a la recepción. Ambos rieron.
Yo estaba confundida. El hombre me miró, me guiñó el ojo y cogió las bolsas. Lo seguí hasta la cocina, donde estaba Cris.
—Ah, hola, amor—, dijo mientras me pasaba una botella de Coca-Cola. Dándose cuenta de mi sorpresa, sonrió y añadió—: Juli, mira, este es JD. Amor, esa es Juli. ¿Te acuerdas de Juli?
—¿Juli?—, preguntó el hombre.
—Sí. La pequeña Juli.
El hombre me miró de pies a cabeza. Parpadeó lentamente—. Ah, ¡claro! ¡La pequeña Juli! Que ya no es tan pequeña, por lo que veo…
—Nada. Hasta se cortó el cabello que por cierto me encanta.
—Radical—, dijo Mani pasando detrás de mí. Pude sentir sus ojos oscuros examinarme la cabeza.
Más a la derecha había muchas mesas con sillas montadas, y Cris y Mani comenzaron a bajarlas. Él me tocó el hombro y me dio un trapo. Lo recibí un tanto confundida y después de dudarlo unos segundos me puse a limpiar una de las mesas.
De pronto sentí una voz grave muy cerca de mí que me dijo:
—¿Necesitas ayuda con eso?
Me asusté tanto que salté y me puse en posición de karateca.
—Quieta, Jackie Chan—, dijo JD levantando las manos como defendiéndose—. Vengo en son de paz.
Fue ahí cuando detallé su apariencia. Tenía una camisa de cuadros, los primeros botones estaban abiertos dejando ver algo del vello de su pecho. Sus ojos eran del color de la oliva. Sonreía y sus dientes resplandecían a través de la barba. De pronto sonrió, todavía mirándome fijamente.
—No vuelva a hacer eso—, le dije.
—Qué cosa—, dijo él en un susurro.
—Aparecer así, de la nada…
Sonreía como con luz propia. A mí me temblaban las piernas. Después de que acomodamos las sillas y las mesas se hicieron las doce y Cris me dio un plato con el almuerzo.
—¿Todo bien?
Asentí con la cabeza.
—¿Qué tal el lugar?
—Hermoso.
Mani y JD llegaron a sentarse en la misma mesa. JD me miró con una sonrisa y yo le esquivé la mirada durante todo el rato. Mani ni siquiera me determinó. A cada tanto se levantaba para atender a los huéspedes que venían a almorzar.
Después de comer, Cris se sentó a mi lado.
—¿Qué tal?—miró de reojo a JD y agregó—: ¿Cómo te recibieron?
—Eh, pues… fue raro—, confesé.
—La estaban molestando, ¿verdad? Par de pesados.
—Si casi le pone una orden restricción a tu marido de entrar en su propia casa—, dijo Mani acodándose sobre la silla de Cris.
Todos rieron. Después se me ocurrió la grandísima idea de pedir prestado el baño.
—Pero lo devuelves—, dijo JD.
—Bajando esas escaleras—, dijo Cris riendo.
Genial. Lo que necesitaba. Tres Cristinas.
Salí al cabo de unos segundos. La risa escandalosa de Cris me llegó hasta el pequeño muro en que me senté. Ella pasó por ahí acompañada de Mani.
—Mani. Muéstrale a Juli dónde va a dormir, por favor.
Él me condujo por un sendero y me llevó a una cabañita de dos pisos. Subimos las escaleras y ante mí relucía un dormitorio de diez camas. Mani se parqueó frente a una vacía, cubierta por una malla mosquitera.
—Estás en tu casa—, dicho esto me sonrió y se fue.
Luego de acomodar mi maletín debajo de la cama, de quitarme los zapatos y ponerme unas chancletas, caminé de vuelta a la sala comedor.
—Hola—, le dije a Mani en la recepción—. Regálame la contraseña del Wi-Fi.
—No hay.
Casi me desmayo. Dios mío bendito. ¿Cómo hace esta gente para no aburrirse, entonces? Miré a mi alrededor. Claro. Por eso los libros, los juegos de mesa, todo eso.
En fin. Pasé toda la mañana con Mani, por quien me enteré que JD se queda en la cocina, revisando que todo esté bien en el hostal y Cris se encarga de los tours a los huéspedes. Me sentí algo tonta persiguiendo al muchacho por todos lados y hubo momentos en que me alejaba, pues sentía que lo molestaba. A cada tanto veía a JD acercárseme, me sonreía o me guiñaba el ojo, y yo le sonreía de vuelta, con algo de nerviosismo.
Yo me la pasé pensando en cómo iba a ser esa primera noche ahí, pero no fue tan mala. Hacía un frío delicioso, y si la vista era espectacular de día, mucho más bella era de noche. Las estrellas estaban en todo su esplendor, y la neblina, que nunca se fue, lo inundaba todo de una calma y una paz increíble.
Escribo esto en la cama, iluminándome con la luz del celular. Ya todos a mi alrededor están dormidos.
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