lunes, 23 de abril de 2018

Eché una mirada al pasado simplemente: 24

Amaneció un nuevo día, señores. Y si quedaron con alguna incógnita sobre que pasó la noche anterior, pues lo único que les puedo decir es que… sí, Kinomoto murió, pude vengar la muerte de mi familia y mis amigos están orgullosos y por si fuera poco, ¡los ninjas agresores jamás volvieron! 
Aunque Shimamura no estaba muy contento que digamos.
-¡Pudiste haber muerto!—gruñó—. ¿No viste acaso el peligro al que te estabas enfrentando? 
-No, Shimamura—le respondí—. Por primera vez en mi vida me sentí segura de mí misma, me sentía valiente. Y al fin pude vengar la muerte de mi padre… 
Mi sonrisa alumbraba el largo pasillo que daba para las habitaciones. Shimamura y yo estábamos despiertos desde la madrugada. A ver, díganme ustedes, ¿quién hubiera podido dormir después de semejante guerra? 
Y para alegrar un poco este ambiente, Akemi se había enamorado de Yasuhito, y al cabo de un tiempo, él también quedó enamorado. Y otra novedad: la princesa Reiko se casó… ¿adivinen con quién? Sí, con Yuuto. Al parecer desde ese día tuvieron química y se enamoraron. ¿Cómo la ven? 
Hasta ahí todo había terminado como se esperaba, pero… 
A nuestro encuentro apareció Sonaki.

-¡Yoko! ¡Shimamura!—nos llamó—. La señorita Ukai quiere verlos. 
Aún esa Ukyou no había dicho quién era en verdad. Seguía engañándolos a todos, como la primera vez, sólo que ya yo sabía su secreto. Le tenía un poco de respeto, pero no le había perdonado el hecho de que fue por un tiempo cómplice de Kinomoto. 
-¿Y para qué quiere vernos?—preguntó Shimamura. 
-Bueno, es que… la señorita se va hoy, de viaje, chicos. 
Quedamos ambos perplejos. ¿De viaje? Pero, ¿para dónde? 
-¿Pero… a dónde va?—preguntó Shimamura boquiabierto como si acabara de leerme el pensamiento. 
-No lo sé—dijo Sonaki—. Pero sé que se va muy lejos de aquí. 
-¿En serio?—fruncí el ceño. 
Shimamura y yo nos miramos, asombrados. Sonaki nos llevó por todo el pasillo hasta la entrada principal del doyo; estaba un carruaje muy elegante, tirado por caballos blancos y cafés. Más cerca, se encontraba Ukyou, con un hombre que no parecía japonés, ya que no tenía kimono. 
-¡Ukai!—gritó Shimamura—, ¿a dónde vas? 
Ukyou se volvió hacia nosotros. Sonrió, le dijo algunas cosas al otro hombre y caminó lentamente hasta donde nosotros. 
-Vaya, pensé que estarían durmiendo—resopló cuando llegó a nuestro encuentro—, ¿Cómo amanecieron? 
-Bien—respondí—, ¿cómo siguen sus heridas? 
-Ahí, mejorándose. Veo que sigues sin tutearme, Yoko—dijo sonriendo—. Shimamura… 
Él entornó sus ojos en los de Ukyou. Sacó las manos de detrás de su cuerpo y se cruzó de brazos. 
-¿Y a dónde se supone que vas, eh Ukai?—dijo él. 
-No sigas llamándome por ese nombre—susurró. 
Comprendí que iba a decirle la verdad. Ya verán. 
-¿Qué? ¿A qué rayos te refieres?—dijo frunciendo el ceño. 
Ukyou miró al suelo, a ambos lados y finalmente a los ojos de Shimamura. 
-Voy muy lejos de aquí—comenzó a decir—. En Norteamérica. Como Kinomoto murió, me asignaron otro empleo. Seré una nueva persona… 
Respiró hondo y se dirigió a Shimamura nuevamente: 
-Quiero que sepas que siempre te amé, Shimamura… 
-¿Qué?—farfulló. 
-Sólo mira esto y entenderás. 
Y en un santiamén se bajó parte del kimono hasta el antebrazo, dejando ver la cicatriz auténtica que tenía en el hombro. 
-¡Por Dios! ¿Pero que te pasó?—resopló él sin entender. 
-¿No lo recuerdas, amor?, fue nuestro símbolo de amor. El que nos hicimos aquella vez, junto al árbol sagrado… en esa fiesta de primavera… en la víspera de nuestro casamiento… 
-Yo…—trataba de recordar, con la cabeza nublada—. No lo sé… 
-Tú también la tienes…, en el brazo. 
Le tomó suavemente el brazo izquierdo y le quitó la tela que lo recubría. Sí, señores. Ahí estaba, tal y como dijo Ukyou. Una cicatriz que era casi idéntica a la que tenía ella en el hombro. 
-¿Lo ves? 
Él no respondió. Sólo miraba atónito a los ojos a Ukyou y ésta también lo miraba. Lo estaba amando. Y yo, sentía un dolor en el pecho, un nudo en la garganta y ganas de llorar. Pensé entonces que se lo llevaría, que Ukyou me apartaría para siempre de Shimamura, si éste se enteraba. Negué con la cabeza y seguí mirándolos. 
-Ahora me voy, para siempre, amor mío. No me olvides, ¿oíste?—dijo ella, apartándose de nosotros y yéndose al carruaje que la estaba esperando. 
Él la seguía con la mirada, fija en los ojos de ella; Shimamura vio como se montaba en el carro y se alejaba, haciéndose cada vez más pequeño en el horizonte… y él lo siguió con la mirada hasta que se perdió de vista. 
-Esa cicatriz… ¿de dónde la recuerdo?—repetía él, tratando de recordar. 
No quise decirle que Ukai era su Ukyou, no, por supuesto que no. Quería que él mismo dedujera que la que había tenido siempre a su lado era nada más y nada menos que a la propia Ukyou. Y como por arte de magia, le vinieron a la mente recuerdos de sus vivencias con su amada. 
-Oh, no, no, no… n-no pu-pue-puede… ¡no puede ser posible!—y levantándose espontáneamente, gritó—: ¡¡UKYOU!! 
Pero ella no lo escuchó. Sólo se veía un punto en lo más lejano de la colina, el cual sería aquel carruaje. 
-Noooo… ¡todo este maldito tiempo la tuve en mis manos!—dijo pegándole un puño al piso—. No… Ukyou… ¿cómo no pude darme cuenta? 
Suspiré, eché una mirada al cielo y me dije a mí misma “ya pasó todo…, gracias a Dios”. Lentamente y casi reptando, me le acerqué y le puse mi mano en su hombro. 
-Vamos, Shimamura—susurré acariciándole el cuello—. Tienes que ser fuerte. Tal vez ella ya no te quería y… 
Las lágrimas vinieron de nuevo, pero esta vez más impetuosamente. El hecho de pensar en que probablemente ahora que sabía que era Ukyou y que se iría detrás de ella me ponía triste y de muy mal humor. En ese momento, señores, pensé que talvez perdería a Shimamura para siempre, y que no volvería a verlo nunca más. Negué con la cabeza, miré a ambos lados, le quité la mano y salí corriendo, como niña regañada. 
-¡Yoko! ¡Espera!—dijo Shimamura. 
No le presté atención y me encerré en mi cuarto, que estaría ahora cerca del pasillo largo. Él me siguió hasta allá, supuse yo, porque rápidamente interpuso su cuerpo entre la puerta rodante y la pared. 
-No, espera… ¿qué haces? ¿Qué te pasa, eh? 
No respondí. Las lágrimas me cayeron velozmente y una de ellas la saboreé. Después de gemir desconsoladamente en silencio, lo dejé entrar. 
-Bueno, vale. Adelante—musité sin ánimos. 
-¿Qué diablos te pasa? ¿Puedo saber?—replicó. 
-No me pasa nada… 
-Ah, claro… eso pensé—dijo irónicamente y poniendo las manos en la cintura. 
-No en serio, nada—dije negando con la cabeza y con los ojos aún empañados por las lágrimas. 
Shimamura me miró fijamente, levantándome el mentón. 
-Vamos, dime. ¿Qué te pasa? ¿Acaso no confías en mí? 
Rompí a llorar, señores. 
-¡Ay, Shimamura! pensé que te irías detrás de Ukyou… pensé que te iba a perder… ¡para siempre! 
-No, claro que no, Yoko… 
Me abrazó fuerte y yo me refugié en sus hombros. Yo tenía los ojos bien abiertos por las lágrimas, pero me dio igual. 
-No, Yoko… ¿sabes? me di cuenta que…ya no amo a Ukyou. 
-¿Eh?—dije levantando el rostro a tiempo para ver el brillo de sus ojos—. ¿A qué te refieres? 
Silencio. Miró a todos lados y después abrió la boca: 
-Yo… Yoko… desde que te conocí realmente… me enamoré de ti…, gracias a ti es que pude olvidar por fin a Ukyou… 
Más silencio. ¡Dios, aquí viene! 
-Shimamura… ¿en serio?—dije mostrando una leve sonrisa. 
-Ahora te amo como a nadie, Yoko. 
Y sin esperar más me besó en la boca.


FIN.

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