Bien, lo que me dijo esa ocasión me impactó más que el abrazo que me dio la primera vez. Así que, si el abrazo me dejó turbada, se imaginarán como quedé después que dijo “¡del amor que te tengo!”.
Bueno, señores, como quiero terminar con esto rápido, voy a seguirles contando.
Bueno, para que sepan y no digan después “¿ay, y de qué me perdí?” les diré que sucedió exactamente esa noche. Ahora que lo pienso, ese día ni desayuné, ni almorcé, ni cené… bueno, almorcé y cené con Shimamura, y para cerrar con broche de oro la velada, dormimos casi juntos, es decir, yo dormí en mi camita y él durmió sentado en el suelo (es una técnica de los samuráis, saben? Ya que… dígame alguno de ustedes, ¿quién puede dormir sentado, en el suelo, a ver?)
Para adelantarles algo, esa tarde Shimamura y yo nos fuimos al doyo Aebo, ya que, con la enojadita de éste, supuse que mejor me quedaba con él un par de días.
Y ahora, lo que pasó esa noche…
-Shimamura… ¿estás despierto?—dije desde mi cama, arropada por la enorme cobija.
-¿Eh? Ah… sí, lo estoy ahora…
-Lo siento, no quise despertarte, pero es que no puedo dormir—dije llevándome la cobija a la cara tiernamente.
-¿Y porqué no puedes dormir?
-Pues… no sé… oigo muchos murmullos afuera. ¿Puedes ir a ver qué es?
Primer error en una serie de errores: lo dejé ir solo… ay, soledad madre de los errores (ya verán porqué). Ah, bueno, igual no me iba a quedar ahí viendo nada. ¡Yo me fui con él, claro que sí!
Así mismo salió de mi habitación, pues, caminando lento y bostezando sin parar. Pero no, los bostezos se le fueron cuando divisó a Ukai. A lo lejos, se veía arreglando una alacena del comedor, pero la pregunta ahora era ¿qué hacía ella arreglando una alacena a esas horas? Ah, y otra cosa, supe que ella y mi Shimamura estaban en esas porque yo estaba detrás de él.
-¡Ukai!—musitó Shimamura alegremente.
Ella miró con cara de alma llevada por el diablo (para ser sincera, ¡ella tiene la cara del mismo demonio!) mientras él se le acercaba con una sonrisa de oreja a oreja. Yo me crucé de brazos y fruncí el entrecejo. Se suponía que iría a ver si todo estaba bien afuera, no que fuera a coquetearle a la bruja. El movimiento japonés sin ánimo de lucro DAU estaba ardiendo en cólera.
Estuve esperando por largos minutos a que Shimamura dejara a Ukai y se devolviera, porque después pensaría que se habría olvidado de mí… y prefirió estar con la arrastrada esa.
Hago un pequeño paréntesis: ustedes se preguntarán que por qué detesto tanto a Ukai. Pues para que sepan, primero, ella se parece pero demasiado a Ukyou, en la cara, el cuerpo, la forma de hablar –y de buscar la forma de humillarme también-, el caminadito, la forma como me roba a Shimamura, la prepotencia que le sobra, el cinismo que nadie supera, la soberbia que se manda y etcétera, etcétera, etcétera… ¡ah! Se me olvidaba también este pequeñísimo detalle, el que ella tenga mejor cuerpo que yo (y claro, ustedes dirán que le tengo envidia en todos los aspectos…) no, ¡en serio! Hasta se podría decir que se hizo alguna clase de maleficio o yo que sé –talvez le dijo a alguien (un curandero, no sé) que le quitara grasa, sí, porque yo diría que es tan plástica que en su nariz dice Made in China-. Yo muy bien puedo seguir con más motivos, pero si ustedes se ponen a escucharla, les aseguro que la lista es larga y no querrán quedarse todo el bendito día escuchándola…
Entonces, ¿qué les parece si continuamos con esto?
Ajá, por donde estaba. Shimamura seguía hablando muy tranquilamente con la Ukai, mientras yo estaba allá solita, sin nadie. Sólo estaba el viento, la penumbra de la noche y yo, suspirando que en algún minuto se le dé al cavernícola ese por volverse a donde me encontraba.
Ah, y para mi infortunio, eso no pasó por largos minutos. Cansada, apoyé el codo en la pared, en un intento por llamar la atención, pero ellos… ni fu ni fa.
Pero esa maldita indiferencia, se les atiborró con lo que pasó a continuación.
De repente, señoras y señores aquí presentes, sentí que un arbusto se movió de la nada; justo el arbusto que estaba cerca de donde se encontraban Shimamura y Ukai. Me sobresalté un poco, tanto que mi codo se resbaló y casi doy al piso. Enderezándome rápidamente, decidí alertarles, pero lo hice muy tarde. Un ninja salió disparado al aire e hirió a Ukai, en el hombro derecho. Le dejó una herida supuse yo profunda. Shimamura, encolerizado, sacó su espada y gritó:
-¡NINJAS! ¡POR TODOS LADOS! ¡MALDITO GRANUJA!
Después, como por arte de magia, aparecieron samuráis de todos los rincones del doyo Aebo, como una turba asesina los vi yo, mientras que Shimamura ya había herido gravemente al agresor.
Allí mismo estaba yo, paralizada por el pánico, turbada y además con el nudo incómodo en la garganta. Y, por si fuera poco, de los arbustos aparecieron más ninjas, comandados por uno que estaba de morado, y más bien parecía un adolescente, hasta pequeño se veía.
Ni más ni menos, la pobre de Ukai se debatía ahí, tirada ahora en el suelo del doyo, ya que por lo menos alguien se había dignado a levantarla del piso arcilloso. Entonces, sucedió lo más inesperado. Entre la desesperación por tratar de hacer algo y no ser inútil, corrí hasta donde mi enemiga, saqué mis siempre útiles vendas de los bolsillos e intenté detener la sangre que emanaba de su hombro.
-¡Por Dios! ¡Ukai!—dije desesperada—. ¡Tengo que llevarte lejos de aquí!
-Yo… ko—susurró ella.
Ahí sí no hubo envidia que valiera, no hubo DAU que me detuviera ni malos pensamientos que me carcomieran. A pesar de que mi conciencia no paraba de decirme “vamos, ¡es tu oportunidad de deshacerte de ella! … tienes que dejarla tirada, ahí… ¡que no te importe más que tu propio pellejo, chica!”. Pero, con el dolor del alma y con un peso en el pecho, la cargué y la alejé del gentío. Ella se refugió en mi hombro, que ahora estaba manchado por la sangre. El kimono amarillo de Ukai se fue tornando color escarlata difuminado con mostaza. Mis ojos estaban desorbitados y para colmo, que yo diría que sería el colmo de los colmos, estaba lloviendo, una tormenta eléctrica, diría yo.
Pero en ese momento no me importó en los más mínimo que me cayera una que otra gota de agua, lo único que me importaba era mantener a salvo a Ukai (primera y no última vez) en un lugar seguro.
Cuando creí que todo se venía abajo, apareció Akemi, la guerrera amiga mía.
-¡Gracias al cielo! ¡Akemi!—farfullé—.tienes que ayudarme, por favor… Ukai tiene heridas muy graves.
-¡Caray, Yoko!—levantó las cejas y bajó la mirada hasta donde Ukai, que tenía los ojos cerrados—, no se preocupe, Ukai, enseguida la llevaremos con el curandero. ¡Ven, dámela, Yoko! ¡Yo me encargo!
-¡De acuerdo! ¡Voy contigo!
Con esas mismas Akemi se la llevó. Yo fui detrás de ella, pero después que me cerciorara de que Shimamura estuviera bien. Y de hecho, estaba bien, bien manchado de la sangre de aquel ninja, que supuse yo estaba muerto.
-¡Cielo santo! ¡Shimamura!—dije llevándome la mano a la boca.
Acordándome entonces del mal estado de Ukai, corrí hasta su pieza; estaba algo llena, empezando porque estaba la señora gorda de la cocina (sí, la mamá de Kazuki), el curandero, Akemi con las manos manchadas de sangre, la propia Ukai y yo, también manchada de sangre en el kimono y las manos.
-¡Por Dios! ¿Qué fue lo que le pasó?—preguntó la señora gorda.
-¡Pues, no lo sé!—respondió Akemi—. Lo único que sé es que cuando la tomé en mis manos ya estaba herida…
-Lo que pasó fue que estaba hablando con alguien—empecé a decir—, y de repente salieron los ninjas. Uno de ellos la hirió.
-Cielo santo… pobre mi señorita.
La cocinera se llevó la mano a la boca, Akemi se cruzó de brazos y yo bajé la mirada hasta el suelo. No podía creer lo que estaba pasando, ¿en verdad ayudé a Ukai? eso no me lo creía ni yo misma.
En eso, se corrió la puerta de la habitación. Todos, incluso la misma Ukai, volteamos a ver de quién se trataba. Akemi, que estaba armada, medio sacó su espada. Uno no sabe, qué tal si en esos momentos hubiera hecho aparición un ninja agresor o algo por el estilo…
Pero, no. no era ningún ninja ni tampoco un samurai. Era nada más la chismosa señora Tamashiro, que se encontraba por esos lugares, y que después nos contaría cómo fue que llegó hasta el doyo Aebo.
-Tranquilos, muchachos, no tienen que alarmarse… sólo soy yo—dijo Tamashiro, tratando de calmar el bullicio levantando la mano.
-¡Nos asustó, señora!—balbuceó Akemi—. ¿Acaso no ve como está esto?
-Sí, sí vi… es más, por eso es que vengo acá—empezó a decir, en voz baja—. En mi casa comenzaron a saquear y a llevarse cosas… los ninjas depravados esos… y como sé que aquí se alojan personas valientes y guerreras, pues, me vine… para refugiarme.
-Interesada—susurré.
En fin, la señora Tamashiro se quedó con nosotros mientras pasaba la tormenta, tanto de lluvia como de guerra. Ukai seguía inconsciente y el curandero hacía todo lo posible por cubrir la herida. Nosotros, o sea Akemi, Tamashiro, la cocinera y yo salimos de la habitación, y nos sentamos en una sala
Al cabo de algunos minutos, el curandero salió de la habitación pequeña de Ukai; tenía una bata marrón pero que ahora parecía escarlata por la sangre que derramó la herida. Se frotó las manos contra la bata y después nos miró a todas.
-Bien, al parecer logré salvarle la vida—dijo con sutileza.
-¡Gracias a Dios!—gritó la cocinera—menos mal…
-¡Qué alivio!—dijo Akemi—, te aseguro que pensé que se iba a morir en mis brazos…
-Pero esa herida estaba muy profunda—dijo la señora Tamashiro—. Es casi un milagro el que la jovencita se halla salvado.
Miré de reojo a la chismosa y arqueé las cejas. La señora Tamashiro no era muy prudente que digamos al decir sus usuales comentarios. Cuando quería decir algo, siempre alguien terminaba mal o le caía una tremenda mala fama… bueno, después de todo es la chismosa loca del pueblo. Qué le vamos a hacer.
Después de unos breves minutos de pausa, el curandero, que estaba al pie de la puerta de la habitación de Ukai, hizo un mohín con la boca y luego habló.
-Hmm, ahora que me acuerdo… cuando le estaba cerrando la herida a la señorita Ukai, me pareció ver una peculiar cicatriz… que además de ser extrañamente parecida a la de otra paciente que tuve, me recordó a Ukyou, Ukyou Musume.
-¿Ukyou Musume dice?—metió baza la cocinera—. ¿No era esa la geisha del doyo Kohawa?
Mis ojos se abrieron de par en par. ¿La misma cicatriz de Ukyou? Pero… ¿qué cicatriz?
-Disculpe, señor—dije dirigiéndome al curandero—, yo vengo del doyo Kohawa, y además conocí a la señorita Ukyou… ¿podría por favor dejarme ver esa otra cicatriz?
-Hmm, ¿dices haber venido de ese doyo?—dijo el hombre cruzándose de brazos—, pues, ven, vamos a ver que descubrimos…
Me levanté y caminé de nuevo hasta la habitación. El curandero me rodó la puerta, y encontramos a Ukai medio despierta, sin camisa y con todo el pecho vendado hasta el hombro.
Cuando nos vio, trató de taparse con una sábana.
-¿Yoko? ¿Eres tú?—dijo.
-Sí, sí soy yo—le respondí casi en susurros—. ¿Se encuentra bien?
-Sí, más o menos… ¿qué fue lo que pasó?
-Bueno… ¿recuerda cuando estuvo hablando con Shimamura hace un rato? Pues, minutos después apareció un ninja y le hirió el hombro.
-Oh por Dios… ¿y Shimamura está bien?—dijo algo alterada.
Fruncí el entrecejo. Desde el tiempo que tengo en el doyo Aebo, a la Ukai esa nunca le importó el estado de Shimamura. Al parecer estaba interesada en él, cosa que me dio aún más rabia. Como verán, eso se estaba poniendo muy raro. Digo, primero lo de la cicatriz de Ukyou y ahora salió con que le interesa Shimamura.
Bien, si queremos saber por qué esto está tomando un camino extraño, tengo que seguir con esta historia que se está poniendo algo interesante. Y créanme, se va a poner más extraño todavía.
-Señorita Ukai—metió parla el curandero—, lo que venimos a preguntarle tal vez sea una cuestión indecente… pero es que nos urge saberlo…
-Adelante, escúpalo—resopló ella vulgarmente.
-Bueno… verá… es que… lo que pasa es que cuando estuve tratando su herida, señorita, divisé una pequeña cicatriz que sobresalía de su hombro, justo donde estaba la herida reciente. Noté entonces que tenía cierta similitud con una cicatriz que había curado hace algunos meses, en el doyo Kohawa—respiró hondo y puso sus manos detrás de su cuerpo—. Creí que se trataba de la misma cicatriz de… pues, de Ukyou Musume.
-Y ahora que este hombre lo menciona—dije cruzándome de brazos—, también me parece sospechoso, además de la cicatriz el parecido que usted tiene con la difunta Ukyou. ¿Es que son parientes o qué? ¿Por qué tienen la misma cicatriz?
Ukai sólo nos miraba nerviosa, como si acabáramos de revelar su más íntimo secreto; después miró a todos lados buscando qué decir.
-Bueno… yo—al parecer, la dejamos sin nada que decir.
-¿Y bien?—insistí.
Ella se quedó en silencio. Después de varios minutos, entró Akemi, y prendida del brazo tenía a la señora Tamashiro. Habían dejado a la señora gorda sentada allá afuera, con el corazón en la boca.
Después, vi que Ukai se frotaba el cuerpo y la cara con la sábana delgada que la cubría, pero que después la soltaría, dejando ver un cuerpo esbelto (ya todo eso me estaba sonando muy sospechoso, ¡el cuerpo de Ukai era tan esbelto como el de Ukyou!) vendado hasta el hombro.
-Me siento muy cansada—dijo al fin—. Mis heridas tienen que reposar, así que por favor, déjenme sola.
Me quedé intrigada y con un nudo en la garganta. Dios, esta chica ocultaba algo, pero no nos quería decir qué era. La iba a descubrir de todos modos, como buena investigadora que soy.
Akemi se había quedado a mi lado, con Tamashiro observando de reojo a Ukai. Después, me miró a mí.
-Oye Yoko… ¿qué trae ésta?—dijo y señaló a Ukai.
Giré mi rostro hacia la cama de Ukai y noté que e había arropado por completo; se hacía la que dormía, pues, para no tener que responder preguntas importantes que supuse que para ella serían absurdas.
-No lo sé, Akemi—respondí—. Pero lo que sí sé es que ella oculta algo.
Ni ella ni yo dijimos más nada. La señora Tamashiro nos estaba escuchando con atención. Debajo de su gran copete de la antigua (sí, porque tenía un copetón que parecía hecho hace doscientos años), miraba todo a su alrededor.
-Jovencita—dijo dirigiéndose a Akemi—, ¿ya se murió la muchacha? No veo que se mueve…
-¡Claro que no está muerta, vieja!—resopló Akemi sacudiéndosela del brazo—. Sólo se acostó. Y no me llamo jovencita, me llamo Akemi.
-Ah… disculpa—dijo entornando los ojos en los de mi amiga.
Una risita se me dibujo en rostro. No porque dijo si ya Ukai se había muerto, sino por las ocurrencias de esa señora.
Luego, decidimos volver afuera, donde se encontraba la cocinera con las manos juntas y rezando muy fuerte.
-Ay dios mío, que se vayan esos ninjas… que la niña Ukai se mejore… te lo pido, señor—repetía.
-¿Disculpe?—dije tocándole el hombro—. ¿Señora? ¿Se encuentra bien?
La señora saltó y me miró fijamente. Suspiró al ver que era yo.
-Ay, niña, me asustaste—dijo llevándose la mano al pecho.
-Lo siento.
-Ah y si le interesa, Ukai está sana y salva, señora—dijo Akemi, por encima de mi cabeza.
-Yo insisto en que se ve mal—repetía la señora Tamashiro.
Akemi la miraba y le daba palmadas en su brazo otra vez agarrado al de ella. Negué con la cabeza mirándolas y miré afuera, donde estarían peleando los samuráis. No veía a Shimamura por ningún lado. Eso me preocupó.
-¡Shimamura!—grité mirando a todos lados, buscándolo—. ¿Dónde estás?
Nadie respondió. Confiada, caminé unos cuantos pasos adelante y miré de arriba abajo, a ambos lados, pero nadie apareció. Después, muchos ninjas salieron de la nada y me miraban de arriba abajo. Retrocedí en un intento por escapar, pero detrás de mí apareció otro ninja. Lo reconocí: era el que me quiso violar aquella vez.
-Hola, muñequita… tiempo sin verte—dijo.
Yo conservaba la mirada adelante, fija en los otros ninjas. Me preguntaba donde podrían estar los samuráis. De repente, me dio un ataque de valentía, pensando en donde podría estar Shimamura. Era el momento perfecto para demostrar cuanto he aprendido en el doyo Sakai. Cuando las manos del ninja que estaba detrás de mí se posaron en mis caderas, rápidamente las tomé y lo lancé por el aire. No sé de donde caramba me salió esa fuerza tremenda, pero lo que hice no lo creí ni ahí mismo.
-¡HAAAAA!—grité—. ¡Ahí tienes, pedazo de cretino!
Al oír mi grito, Akemi y las demás salieron asustadas del doyo. Rauda, Akemi sacó su espada de la cintura y le apuntó a uno de los ninjas, hiriéndolo así en el hombro. Aquí no importaba cuántos muertos habría. Lo único que importaba era defender la vida propia.
-¡Yoko!—gritó Akemi—. ¡¿Te encuentras bien?!
-¡Sí!—respondí y de pronto alguien me atacó por la espalda—. ¡¡Ay!!
Gemí y caí al suelo. Akemi se preocupó y fue a mi encuentro, pero un ninja la interceptó.
-¿A dónde crees que vas, preciosa?—dijo el ninja, que era el mismo que había herido en el hombro—. ¡Toma por necia!
-¡Apártate de mí! ¡¡Ahhh!!
Uno de los shurikenes le rozó el costado y la hirió, rebotó y cayó al suelo. El hombre se estaba riendo enfrente de ella y yo reptaba hasta donde él. Enseguida, lo agarré por el tobillo, cogí el shuriken y le rasgué el talón. El tipo soltó un grito desgarrador.
-¡¡Ahhh!! ¡Maldita!—gimió.
Me salpicaron a la cara unas gotas de sangre, que la lluvia después corrió. Y repentinamente, aparecieron los samuráis.
Akemi se sobaba el costado, manchando así su mano. Las señoras que estaban en el doyo no se atrevían a salir, pero igual estaban aterradas.
-A buena hora—resopló Akemi.
Un samurai sacó la espada y arremetió contra el ninja herido en el talón; otro le dio una golpiza a otro ninja. Mientras tanto, me levanté lentamente del suelo arcilloso con la mano en el hombro. En ese momento me preocupaba por Shimamura, que no lo veía aún. Súbitamente, vi que de mi espalda salían gotas de sangre, a lo que me toqué y para mi sorpresa tenía un raspón en la espalda que supuse yo no era tan grave como la herida de Ukai.
Para colmo, el ninja que había herido a Akemi, se dirigió cojeando hasta donde las señoras del doyo. La cocinera negaba con la cabeza, en un intento por ahuyentarlo, pero el hombre seguía caminando, dispuesta a matarlas. Sacó un cuchillo de su chaqueta y… en eso, y como si le hubieran inyectado adrenalina, la señora Tamashiro se elevó por los aires, levantó una pierna y con ella embistió al ninja, dejándolo inconsciente en el piso.
-¡Ahí tienes, por herir a “jovencita”!—farfulló.
-¡Caramba, Haruna!—dijo la cocinera, refiriéndose a Tamashiro—. ¡Qué bicho te picó!
La señora Tamashiro no respondió. Sólo la miraba a la cara frunciendo el entrecejo.
-¡Sea cual sea nos salvó la vida!—continuó la señora gorda y se tiró a abrazarla.
Akemi se rió desde su lugar, y después cayó al suelo. Un charco de sangre se dibujó en el suelo. Enseguida, corrí hasta donde ella la levanté y saqué las últimas vendas que tenía en el bolsillo.
-¡Akemi, por Dios!—dije—. ¡Vamos! Tienes que ser fuerte…
Ella no respondió. Estaba inconsciente. Traté de hacerla reaccionar pegándole suaves bofetones en las mejillas, pero no se movió. Alcé la mirada al cielo, con ganas de llorar, porque no quería perder a otra Akemi. Raudamente, la cocinera y la señora Tamashiro corrieron en mi ayuda y trataron de reanimarme.
-¡Vamos, nena!—dijo la cocinera mirando la cara pálida de Akemi—. Tenemos que tratar sus heridas… ¡y rápido!
-¡Sí! Jovencita no se puede morir aquí—sollozaba Tamashiro—. No, ella no… Dios…
La señora Tamashiro se llevo las manos a la cara. La cocinera no sabía que hacer. Pero en un segundo me levanté con Akemi en los brazos y la llevé donde el curandero.
-¡Vamos, de prisa!—grité animada—. Hay que llevarla rápido donde el curandero.
Y así lo hicimos. El curandero, en cuestión de segundos, abrió la puerta de otro cuarto y se dispuso a tratar sus heridas. Le quitó la armadura y la ropa, hasta dejarla completamente desnuda. Me sonrojé y giré el rostro a otro lado.
-Cielos… Jovencita tiene los pechos grandes—susurró la señora Tamashiro.
-¡Haruna!—musitó la cocinera—. Este no es el momento para decir esas cosas.
-Lo siento…
La señora Tamashiro bajó la cabeza y miró a Akemi. En verdad se veía triste por su estado y la herida. Yo mantenía las manos en mi pecho mientras veía que afuera se desataba otra batalla. Minutos después, vi que Shimamura hacía aparición. Le di gracias a Dios y corrí confiada hasta donde se encontraba.
-¡Shimamura! Gracias a Dios—grité.
Él se volvió y sonrió. Se alegró de que siguiera con vida.
-¡Yoko!—dijo—. Santo cielo. ¿Dónde rayos estabas? Te he estado buscando…
-Estuve cuidando de Ukai y ahora de Akemi, que también resultó herida…
-Cierto, Ukai… ¡Apártate Yoko!—dijo empujándome atrás.
Caí de cola al suelo y él le dio un ataque de espada al ninja que se le abalanzaba. Éste, cayó al suelo, herido en el bajo cuello. Me puse la mano en la cara y miré nuevamente a Shimamura.
-¡Oye! ¡Lo mataste!—grité.
-¡Tenía que hacerlo, Yoko!—replicó—. ¡Ahora no importa nada! ¡Era vivir o morir!
-Perooo…
Esto se estaba tornando negro. Lo digo por la situación en la que estábamos. Yo me mordía los labios y le pedía a Dios que esta horrible situación cesara, y que además regresara la paz a los doyos. Pero no, los ninjas estaban como multiplicándose porque cada vez que mirábamos había más, quiero decir, el número de ninjas a cada momento se incrementaba. Yo estaba aterrada viendo a tantos ninjas y samuráis muertos. Había heridos y muertos por doquier.
-Yoko, tienes que irte a un lugar seguro—resopló Shimamura—. ¡Ven, rápido!
-¡No quiero!—balbuceé—. Voy a estar contigo, así muera…
-¡Deja las estupideces para otro momento! ¡Tienes que salir de aquí!
-¡No me importa! Yo voy a estar contigo hasta las últimas consecuencias…
-Yoko… ¡¡AGHHH!!
Soltó un grito lastimero; un ninja medio muerto le había propinado un rasguño, ya que tiró un shuriken hasta su cintura. Shimamura al recibirlo, cayó al suelo, con las manos y brazos estirados.
-¡SHIMAMURA! Diooos…
Gateé rápidamente hasta donde él se encontraba. Estaba con los ojos cerrados y de su cadera caían pesadas gotas de sangre. Mi espalda también estaba sangrando, pero en ese momento no me importó y agarré a Shimamura.
-¡Shimamura! ¡Noo!
-Yoko… huye… yo…
-¡Ni pienses que te voy a dejar aquí!—resoplé—. Me quedaré contigo o peor, moriré contigo.
-¡Yoko, por el amor de Dios!—farfulló él—. ¡Tienes que huir!
Con las fuerzas que aún tenía, me agarró el hombro y me sacudió; se oyó a lo lejos un grito femenino. Giré el rostro y vi a Yakumo, acorralada por tres ninjas heridos. Como que esos ninjas iban a matar a cualquiera que se apareciera.
Enseguida, y como si hubiera caído del cielo, hizo aparición Yasuhito, quién tenía el brazo herido. Al parecer algunos ninjas habían caído muertos o se habían largado. Pero lo peor aún no había llegado.
-¡Caray, preciosidad!—dijo refiriéndose a mí con su hablado que ya le es común—. ¿Pero que le pasó?
-¡Gracias al cielo, Yasuhito!—resoplé—. Tienes que ayudarme, por favor. Hay que llevarlo rápido a donde el curande…
Mis palabras se acortaron cuando vi a un ninja apuntándole a Yakumo con un arma que supuse yo no era de Japón, la cual había que hundirle un gatillo para que saliera por los aires una bala. Rápidamente, me dirigí hasta donde estaban, no sin antes decirle a Yasuhito que se llevara a Shimamura. Y así lo hizo, y también le golpeé en la nuca al ninja ese. Cayó inconsciente al suelo y Yakumo me miró a los ojos.
-¡Yakumo! ¿Estás bien?—le dije, apartando los pies del cuerpo del ninja.
-Sí, Gra… gracias…muchas gracias…pero… ¿te conozco?—dijo frunciendo el ceño.
Había olvidado de nuevo que estaba haciendo el papel de Yoko y no de Yukio y que obvio Yakumo nunca me había visto mujer. Ella estaba algo confundida y yo decidí hablar, sólo que tartamudeando un poco.
-Ay, cierto… eh… sí, bueno, tú no me conoces a mí, pero yo…, yo sí a, a ti… ve…verás—empecé a decir—, ehmm, como te digo… eh…
-¿Sí?—susurró.
Hubo silencio por unos cortos minutos, ya que de nuevo apareció un ninja. Éste me propinó un puñetazo en la cara. Yakumo se llevó las manos a la boca. Caí entonces al suelo y medio me levanté para ver la cara de aquel ninja. Los ojos le estaban sangrando y sin más cayó muerto al suelo. Gotas de sangre surcaron por los aires.
-¡Por Dios!—gimió Yakumo.
Yo estaba callada. Estaba mirando a todos lados y por último paré mi mirada en la habitación de Ukai, en la cual había una cama demás y en ese entonces se encontraría acostado mi Shimamura, y me calmé. Comprendí que él estaba bien.
-Gracias, Yasuhito—dije para mis adentros.
Al levantar la cara me choqué con los grandes ojos mieles de Yakumo, la cual me miraba la cara ahora sucia. A la larga, y sin que yo se lo dijera, me descubrió. Reconoció la cara sucia de “Yukio”.
-Yukio… ¿eres tú? Pero eres mujer…
-Yakumo, ay, esteee—busqué palabras buenas para decir—. Bueno. Está bien. Te diré la verdad.
-¿Qué verdad?—balbuceó a punto de llorar—. ¿La verdad de que mi primer y único verdadero amor es una farsa? ¿Esa verdad?
-Yakumo… yo… lo siento—dije mirando el suelo.
-¡Eras mujer!—gritó y extendió su brazo y su largo dedo índice me señaló—. ¡Me engañaste…!
Pesadas lágrimas le recorrieron las mejillas; llegaron hasta su boca y ella las relamió. El corazón me dolía, señores. No me gustaba nada mentirle a la gente, pero, ustedes saben bien porqué lo hice, ¿no?
-Déjame explicarte…—traté de decir.
-¡No quiero que me expliques nada ahora!—gimió.
Hubo una breve pausa. Después, la miré fijamente a los ojos.
-En verdad, tengo motivos. Yo soy hija de Aoshi Hakariyama… y quería ser…
-¡No en serio, no me expliques ahora! ¡Yukio o como te llames, mira, detrás de ti!—dijo señalando detrás de mí.
Giré el rostro y venía un agresor con una larga espada. Raudamente la intercepté con un cuchillo que encontré en el suelo. Luego, le clavé la navaja en el estómago, y dio un grito.
-¡Ay!
Y cayó al suelo. El cuchillo lleno de sangre quedó en mis manos, reluciendo el color escarlata. Yo también tenía ganas de llorar, señores. Había matado por primera vez a alguien a puño limpio (bueno, bueno, no fue el puño exactamente… fue a navaja limpia).
-Dios santo… Yukio—susurró Yakumo.
-Ah, y otra cosa, no me llamo Yukio. Me llamo Yoko—dije sin voltear el rostro—. Mi sueño era ser como papá. Y ahora sólo soy una asesina…
Rompí a llorar desconsoladamente. Yakumo me miraba, lo supe porque sentía sus penetrantes ojos clavados en mi cabeza.
-Yoko—dijo acostumbrándose a mi nombre—. Claro que no eres una asesina… eres una heroína. Me salvaste la vida.
Se acercó a mí y me plantó un beso en el cachete. Dejé de llorar y la miré fijamente, para que se hiciera responsable de lo que acababa de hacer. Al ver ella que yo no decía nada, sin más preámbulo, salió corriendo, no sin antes decirme:
-Te amo Yukio… o Yoko… lo que sea… tu te ganaste mi corazón. Y ahora me has salvado la vida.
La seguí con la mirada hasta que se perdió de vista y cuando volteé a ver, ya casi no había ninjas. Ahora había samuráis.
Suspiré aliviada y giré el rostro hacia el doyo Aebo.
Y pensar que Ukai casi muere en mis brazos, Dios.
-Cielos, ¡Shimamura!—dije, encaminándome al cuarto.
En la pieza, nada más se encontraba Ukai y Shimamura; ella estaba encima de él, como diciéndole algo, que casi ni alcancé a escuchar.
-Mi Shimamura… desde que llegaste aquí siempre estuve al pendiente de ti… mi amor… ahora puedo descansar, ya que me voy contigo—dijo acariciando su copete—. Soy yo, amor… tu Ukyou…
Quedé estupefacta en la puerta. Mi boca se abrió pero no hablé, bueno, no hasta después de unos minutos. ¡La estúpida de Ukai siempre fue Ukyou! Le acabo de salvar la vida a la que yo creía muerta. Cuando Shimamura se entere de esto, es capaz de suicidarse.
En fin, caminé un par de pasos y Ukyou me sintió.
-U… Ukyou…—susurré—. Lo sabía…
-¿Ehh?—resopló—. Ah, eres tú, Yoko…
Me miró y después miró al suelo. Aún conservaba la mano en la frente de Shimamura, que estaba dormido.
-Con razón Shimamura no encontró su cadáver… ¡estaba viva! Y todo este tiempo engañándonos. Y ahora que me acuerdo…
Recordé un momento en el doyo Kohawa. El instante en el que ocurrió el incendio. No, esperen…, unos días antes. Ajá, ¡hey! ¡Ahora concuerda todo!
¿Se acuerdan de que me enteré de que Ukyou se había ido de viaje dizque para unos servicios? Bueno, ¿saben que creo ahora? Que ella todo ese tiempo estuvo al servicio de Kinomoto…
-¡Usted mató a mi familia!—grité señalándola sin saber lo que decía.
-Créeme, querida—dijo como si estuviera admitiendo lo anterior—. Aún te falta largo camino por recorrer. Quiero decir, aún faltan secretos por descubrir…
-¡Calla, Ukyou!—dijo una voz desde la puerta.
Era Shizo Kinomoto. Estaba con un kimono azul turquí y la verdad se veía apuesto. Miró por minutos la cama en donde estaba dormido Shimamura, luego subió la mirada hasta la de Ukyou. Por último, se entornó en mis ojos.
-Yoko—dijo él y en ese momento noté que tenía el bolsillo algo inflado—. ¿Cómo estás? No te veo desde aquel incidente con Keiko…
¿Recuerdan señores? Sí, ese día que estaba espiando las conversaciones de aquel sujeto con un ninja y que estaba acompañándome Keiko, mi amiga geisha. Ahora que lo menciono… ¡Dios!
-No… yo tampoco lo había visto, señor Kinomoto—dije, sin quitarle la mirada al bolsillo.
-Hmm, claro. Supongo que ya sabes que Ukai es Ukyou Musume… si no lo sabías, lamento haberte dañado la sorpresa, pero, ¿sabes? Ha llegado la hora de acabar con la última de los Hakariyama…
-¿Qué?
Dicho esto, sacó un arma de esas, sí, las norteamericanas; me apuntó en la frente y le dio vueltas a un rodillo que quedaba a los lados del arma. Yo, que sabía del daño que podían hacer esas cosas, estaba aterrada. Las manos y las piernas me temblaban.
-¡Oye, deja a Yoko en paz!—musitó Ukyou, poniéndose de pie—. Ella no tiene nada que…
-¡Cállate!—dijo Kinomoto apuntándole a ella con el arma e hizo que retrocediera—. No querrás ver tu linda cara hundida en las balas, ¿verdad?
-Eres un maldito…—replicó Ukyou.
Después volvió a apuntarme a mí; esta vez, con una mirada fría fija en mis pupilas. Yo sólo lo miraba a los ojos, a punto de llorar.
-Por favor… señor Shizo—imploraba yo—, no le he hecho nada…
-¡CLARO QUE SÍ ME HAS HECHO!—gritó él abriendo bien los ojos—. Bueno, no exactamente tú… tus ancestros y hasta tu padre mataron a toda mi familia. He planeado estos últimos dos años la muerte de la última de esa detestable familia… ja, y ahora es el momento propicio, querida Yoko…
Me miraba con cara de “ha llegado tu hora…” y yo sólo temblaba. Las primeras lágrimas cayeron a mis mejillas, y apreté los labios. Miré cómo Shizo Kinomoto ponía el dedo índice en el gatillo del arma y se disponía a matarme, cuando de pronto…
-¿Qué es lo que pasa?—se oyó la voz de Shimamura—. ¡OH, POR DIOS, YOKO!
Kinomoto reaccionó rápidamente y disparó en dirección de Shimamura; ni bien pudo sacar su espada, cuando la bala le rozo la superficie del hombro, pero no penetró en su cuerpo, sino que cayó en la pared de detrás de él. Cayó arrodillado al suelo.
-¡ESTÚPIDO!—gritó Shizo—. ¡ME HICISTE DESPERDICIAR MI ÚNICA BALA!
Retrocedí dos pasos y me volví hacia Shimamura.
-¡Dios! ¡Shimamura! ¿Te encuentras bien?—murmuré nerviosa.
-¡Sí, sí, estoy bien! ¿Tú lo estás?—dijo poniéndose la mano en el hombro herido—. Ese maldito…
Dirigió la mirada a la de Kinomoto, el cual lo miraba con cara de “muérete”. Lo ayudé a ponerse de nuevo en pie y le puse una venda (ahora sí, la última) en el antebrazo.
-¡Esa bala la había estado guardando para este momento!—renegó Kinomoto—. Lo siento, Yoko querida… quería hacerte la muerte no tan dolorosa, pero menos mal que traigo un “plan B”.
En cuestión de segundos sacó la espada y la punta daba a mi nariz. La distancia era más o menos de medio metro; Ukyou estaba mirando atónita la expresión de maníaco que tenía en la cara Shizo.
-No, Shizo… a él no, por lo que más quieras—dijo.
-¡Calla! Con esa heridota es más que suficiente para ti, mujer frágil—farfulló él—. Ah, todo este tiempo soportando a la última de la dinastía Hakariyama, claro—escupió, y luego continuó—: ¿sabes, Yoko? En el doyo Kohawa, te escuché en la cocina, hablando con una amiga tuya… ¿Futari se llamaba? Bueno, esa…
-¿Qué? ¿A qué se refiere?—aún lo trataba de usted, a pesar de ya haberme enterado de que era malvado.
-¡Deja de hacerte la inocente!—gritó, lo que me hizo pensar que parecían dos personas en el mismo cuerpo, ya que hablaba con dos voces totalmente distintas—Aoshi Hakariyama mató a toda mi familia… me dejó sin nadie… ¡supongo que sabes, lo que es quedarse solo y sin familia!, ¿no?
Me miró con los ojos bien abiertos y con los dientes crujiendo. Yo solamente le veía la cara siniestra, negando con la cabeza. Ukyou mientras tanto, estaba con la mano en el pecho, sentada en el suelo.
-La familia Kinomoto, ¡mi familia, la que mató tu padre!—prosiguió él—era la más sanguinaria de todo Edo… ¡el sueño de mi abuelo era limpiar Japón! Solamente quería hacer justicia y, claro, Aoshi tenía que meter sus narices donde no debía…
Escupió de nuevo (lo que me hace pensar ahora que ese Shizo Kinomoto escupe cada vez que menciona a mi papá), y volvió a hablar:
-Yoko…, tu padre se creía lo mejor de lo mejor… ¡mi familia no le había hecho nada!
-¡Talvez no le hicieron nada a los Hakariyama, pero le hicieron daño y bastante a todo Japón!—replicó Shimamura, aún con la mano en el hombro lastimado.
-¿Y acaso me interesa este puerco lugar?—resopló Kinomoto con una sonrisa diabólica dibujada en su rostro—. Sólo quiero vengar a mi familia…, apuesto que Yoko también quiere vengarse, ¿no es así?
-Dios…—tragué saliva. Me acordé del comentario que hizo mi padre cuando era muy niña…
*FLASH-BACK*
Estaba toda mi familia reunida en la casa; mi mamá, mi papá, Akemi mi hermana y yo, chiquita, comiendo en la tarde de un jueves, prácticamente se estaba haciendo de noche. Estábamos comiendo teriyaki.
Mi padre, cada vez que regresaba de alguna batalla, hacía comentarios de los enemigos.
-Imagínense—comenzó a decir—, los Kinomoto eran unos mafiosos. Una bandada de asesinos.
-¿En serio?—dijo mamá—, vaya… me enteré por ahí que Kanchi Kinomoto (el abuelo de Shizo Kinomoto) había matado casi la mitad de una aldea… a punta de espada…, cielo santo.
Yo era pequeña, y no entendía nada. Tenía por ahí unos cinco años o algo.
-Dios mío—dijo Akemi—, Papá , ¿esa gente era tan mala?
-Sí, hija…, con decirte que han robado casi todas las reliquias del templo sagrado, han asesinado más del tercio de la población de Japón y hasta más. Por no decir más crímenes. Además de todo, eran mafiosos, tenían oscuras sectas y tratos sucios con los norteamericanos, los cuales les alcahueteaban todo eso…
Hubo silencio. Después, papá cogió los palitos y se llevó un bocado de carne a la boca.
-Menos mal y el equipo y yo acabamos con todos esas alimañas.
*FIN DEL FLASH-BACK*
Pero no, papá se equivocaba. Había quedado un sólo sobreviviente de aquella extraña familia. Y ése era Shizo Kinomoto.
-Ustedes…eran los Kinomoto, la familia más sucia de todo Japón—murmuré—. ¡Tú mataste a mi papá!
Mis puños se cerraron fuertemente y después señalé desafiante a Kinomoto.
-¡Eres un maldito!—gritando, corrí hasta donde se encontraba y le planté unos cuantos puños en el pecho.
-Hasta que entendiste—me susurró en el oído—. Otaru, esta es la tal Yoko. Emocionante, ¿no?
-Sí, demasiado—dijo aquel ninja—. Es hora de limpiar Japón.
Hubo un silencio breve, que después se borró cuando Shimamura abrió su boca.
-Quiero que conozcan a Otaru, Otaru Kagami, mi sobrino.
-¡Miserable!—dijo Shimamura incorporándose—. ¡Tú comandaste toda esa patrulla de ninjas! Y ellos mataron a Ukyou…
Ukyou tragó saliva y miró a Kinomoto, frunciendo el ceño. Éste ni siquiera la miraba.
-¡TE VOY A…!—continuó Shimamura.
-¡Ni se te ocurra, tonto!—resopló el ninja.
-Uy, al fin. Esto se pone bueno—reía Kinomoto.
Bien, esto se está poniendo bueno. Me enteré al fin de que el tipo ese había matado a toda mi familia, y decidí matarlo con mis propias manos. El punto es que, él estaba armado, yo no. pero tenía a Shimamura. Él me iba a ayudar.
-¡Y además de eso, ustedes fueron los que planearon el incendio del doyo Kohawa!—dije sin creer mis palabras—. Y yo que los había escuchado… afuera… hablando…
Las lágrimas atacaron de nuevo. Pero no las dejé bajar, no señores. Me las limpié antes de que bajaran a las mejillas. Me enderecé y le arrebaté la espada a Shimamura.
-¡Yoko! ¡¿Pero qué demonios haces?!—gritó él.
-¡Tú estás malherido, Shimamura! ¡No puedes manipular la espada! ¡Sólo confía en mí!—bufé—. Por lo menos aprendí algo en el doyo Sakai…
Me dirigí corriendo hasta donde le ninja, y este sacó cinco shurikenes. Todos dispuestos a atravesar mi carne.
-Acaba con ella, Otaru—dijo Shizo mirando a la cara al ninja.
-¿Es esta la del doyo Kohawa?—dijo Otaru—. Vaya, es más linda en persona… se parece al papá. Será un placer acabar con ella…
Enseguida, el ninja brincó por los aires, dando una acrobacia que sólo la hacen los ninjas y salió. Se detuvo en un punto determinado del suelo arcilloso.
-¡Yoko, Dios!—dijo Shimamura desde la habitación—, ¡no lo hagas!
Mientras que Kinomoto se reía detrás de él.
Señoras y señores, ha llegado el momento crítico. Era ahora o nunca. Era ese el momento indicado precisamente para vengar a mi padre y a mi familia. Primero aniquilaría al ninja y luego pasaría a matar a Shizo Kinomoto, que (hasta me había caído bien el desgraciado) resultó ser el asesino más vil de Edo. Su abuelo había comandado matar a mi padre, y ahora el nieto tiene sed de venganza. Estamos en la hora pico, señores.
Para alegrarlos, señores, ya estamos en la recta final de este relato. Y supongo que ustedes estarán agarrados al sillón, con las mandíbulas apretadas, susurrando “ay, Dios mío, lo mejor para el final”. Bien. Sigamos para que puedan irse de una buena vez.
En fin, ajá, como iba diciendo. Estaba afuera, a punto de empezar a combatir con Otaru, aquel joven ninja. Él tenía listos los cinco shurikenes para el juicio final y yo, con la espada ajena.
En segundos y sin previo aviso, el ninja saltó, tiró una estrella que casi me roza pero que alcancé a esquivar; el ninja aterrizó detrás de mí, lo que hizo que yo reaccionara rápido y me volviera para darle la cara. Tenía los ojos amarillos y boca reseca; estaba con las cuatro estrellas restantes entre cada dedo de su mano. Arrugué fuerte el ceño y troté hasta donde se encontraba. Señores, eso fue un ataque raudo, y creo que hasta lo heredé de mi padre. Él sí era samurai. Un excelente samurai.
Bueno, en lo que estaba. Ajá, el ataque raudo. No le di ni tiempo a Otaru de poder defenderse; lo que hice fue fatal. Le rasgué todo el pecho, le hice una raja mortal y a la vez profunda que iba desde el bajo cuello hasta la cadera. El ninja se quedó quieto, dio un alarido feraz y se derrumbó de bruces en el suelo.
Esa pelea no duró mucho, al parecer ese ninja era débil. Esa muerte brusca enfureció a Kinomoto.
-¡MALDITA MUJER! ¡MATASTE A MI SOBRINO!—gritó—. ¡Ya verás…!
Sacó otra arma del bolsillo, que sería una espada corta, como si la hubieran partido por la mitad a propósito.
-¡Ven y pelea, Shizo!—grité desafiante—. Espero que no seas tan fácil como tu ninja.
Ese comentario hizo que Kinomoto volteara a ver el yaciente cadáver de Otaru. Estaba goteando sangre y, además, ya había formado un charco.
Al mirar de reojo el doyo, miré a la experta en Kung-Fu señora Tamashiro, la cocinera gorda y a Akemi, ahora bien (vaya, ¡qué calidad! Qué recuperada más buena…).
-¡Dios santo, Yoko!—farfulló Akemi desde donde se encontraba—. ¡¿Estás loca o qué?!
No le respondí, y eso hizo que Shimamura saliera del cuarto y gritara:
-¡Yoko, por todos los cielos! ¡REGRESA AQUÍ!
Eso sí lo escuché. Pero no hice caso. Tenía la espada erguida apuntándole a Kinomoto. Era él o yo, la luz o la oscuridad.
Nos miramos fijamente a los ojos y fue ahí donde empezó la batalla; nuestras espadas se rozaban y sonaban chirridos. Las gotas de sudor eran incesantes… hasta que, ¡PAM! (la gente del público, aferrada a los sillones, se asusta), le rasgué el antebrazo izquierdo, prácticamente le corté el brazo. Gritó y arremetió contra mi pierna, a la cual le rozó la superficie, causando una herida superficial.
Duramos mucho tiempo rasguñándonos, hasta le hice una raja en la pierna y otra en el pecho, para ver si se moría de una vez. Pero, no. el final se daría de otra forma. De repente, tiró la espada y me prendió por el cabello, jalándome con tal fuerza que yo diría que casi me deja calva. En esas, vi una luz en el cielo. No era la que uno ve cuando se muere, o yo que sé, pero lo que sé es que vi una ráfaga de luz y viento tomándome de la mano. Era mi mamá. Me estaba diciendo que era mejor estar en el cielo que ahí en la tierra, sufriendo por esa sandez. Pero, hice caso omiso y le clavé la espada de Shimamura en el estómago.
-¡AGGHH! ¡ESTÚPIDAAA!—gritó Kinomoto.
Pero no murió, señores. Cuando le saqué la espada, seguía ahí, de pie, como si nada le hubiera pasado. Botaba sangre a borbotones, eso sí. El kimono turquí se había manchado rojo escarlata y la noche se iba oscureciendo. La lluvia seguía cayendo con más intensidad.
De repente, se oyó un estallido. Ukyou, que se había incorporado lentamente, manipulaba un arma nueve milímetros, la cual escupió una bala que cayó cerca del hoyo de la espada en el cuerpo de Kinomoto. Éste gritó aún más fuerte.
-¡AHHH!—dijo y cayó al suelo.
Un charco enorme de sangre se esparció por todo el suelo. Todos quedamos boquiabiertos. Yo quería matarlo por mis propios medios, con mis propias manos, pero igual agradecía el que Ukyou hubiera hecho eso.
Después, la cara de Kinomoto palideció.
-Ukyou…—susurró tan bajo que sólo lo escuché yo—. Eres una maldita traidora…
Ella no escuchó lo que dijo. Yo tenía la mirada fija en la sien de Kinomoto, el cual se debatía entre la vida y la muerte bañado en su propia sangre.
Y en eso dejó de llover.
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