22 de agosto de 2015
Esa primera noche la pasé bien, contra todo pronóstico. Hace rato que no dormía tan bien. Hasta fui testigo del amanecer. Todo el cielo estaba enrojecido, y a las cinco y media se coloreó de un azul bien pastel.
Bueno, la verdad es que no pasó mucho ese día. Tampoco el viernes.
Pero hoy sábado… Ugh. Empezaré con decir que desperté en una habitación que no era la chocita de diez camas. Lo primero que sentí fue el aire acondicionado prendido. Luego abrí los ojos y vino el horrible dolor de cabeza taladrándome las sienes. Al vislumbrar lo que tenía a mi alrededor me pasó un escalofrío. Mi cabeza cayó a un lado, justo a tiempo para sentir el corazón saltándome hasta la garganta al encontrarme a pocos milímetros con la cara de JD.
Salté cual gato encolerizado, rodando por la parte inferior de la cama, hasta caer sentada en el suelo. El ruido hizo despertar a Cris, quien se incorporó en la cama y me miró.
—Ay, Juli. ¿Estás bien?—, preguntó.
—Q-q-q-qué fue… q-qué pasó anoche…—, balbucí después de unos segundos tratando de articular palabra.
Cris se restregó los ojos y se rio. JD, muerto de sueño, también se enderezaba en la cama.
—Ay, pues… nos dormimos. Creo.
Pasé media hora encerrada en la chocita donde dormía sin saber qué hacer o qué pensar. Después me bañé y me vestí. Permanecí otra media hora sentada en la cama. Tenía mucha vergüenza de verlos. ¿Cómo podían estar tan campantes? Finalmente, cuando bajé al comedor, vi que, en una de las mesas, estaba Cris, fumando. JD estaba a su lado. Sin camisa. Sus brazos lucían varios tatuajes.
—Hola, Juli. Ven siéntate—, dijo Cris al verme.
Obedecí y me hice en un borde.
—¿Tinto, Juli?—, preguntó Cris.
Asentí con la cabeza y ella me sirvió en una taza. De la ansiedad que tenía me quemé la lengua. En ese momento lo único que me carcomía la mente era el hecho de que nadie iba a hablar de lo que pasó. Ellos, tan campantes, como si nada, y uno aquí, muriéndose por dentro. Dios mío bendito. ¿Cómo esta gente puede ser tan fresca?
Al rato vi que JD, con un plato hondo, venía a sentarse también. Se sentó muy cerca de mí. Dio un suspiro y su aliento caliente me erizó la piel del hombro. El vello de su brazo me rozaba el muslo, haciéndome cosquillas.
—Espacio personal, por favor—, murmuré sobándome el brazo, tratando de alejarme del calor de su pierna.
—Eso no lo decías anoche—, dijo él llevándose a la boca una cucharada de cereal. Yo escupí un poco del tinto.
—Deja el acoso, papi—, dijo Mani, que iba pasando. JD se rio.
El resto del día lo pasamos viendo películas. No había mucha gente en el hostal, estaba prácticamente vacío. Esa era la Noche de Películas. De un gabinete con muchos DVD, sacaron uno y pusieron El Exorcista. Yo estaba sentada entre Cris y JD. Éste último se había metido a la boca un puñado de crispetas. El brillo del televisor se reflejaba en sus ojos.
A eso de la mitad de la película, se inclinó y me susurró al oído:
—¿Tienes miedo?
Yo lo miré con el mentón sobre mis rodillas.
—No. Claro que no—, contesté, corriéndome un poco al otro lado.
Me miró con una sonrisa.
—Te veo incómoda—dijo—. Ven, relájate un poco...
Con una mano me palmeó la rodilla y después de dudarlo unos segundos bajé las piernas. El corazón se me aceleró al sentir que acercaba el cuerpo hacia mí, poniendo un brazo detrás de mí. La mano le quedó con los dedos rozándome el hombro.
Yo empleé todas mis fuerzas para mirarlo.
—Oye—, susurré.
—¿Mmm?
—Eh… anoche… ¿Pasó algo entre nosotros?
Él me miró y sonrió más. Al cabo de lo que pareció una eternidad, dijo que no.
—Aunque no hubiese sido mala idea—, comentó.
Luego dijo que tomamos mucho y que caímos como a las tres y media de la mañana, los tres, abrazados, en la misma cama. Yo no pude evitar suspirar aliviada, aunque todavía seguía sintiéndome rara.
El Exorcista es algo lenta y como me la había visto tantas veces ya me aburría. Hubo un momento en que cabeceaba del sueño, y en una de esas cabeceadas toqué con la nuca el brazo de JD, quien me miró a los ojos primero y luego a los labios, dada la cercanía que teníamos. Me obligué a mí misma a salir de aquel ensimismamiento y me restregué los ojos.
—Me voy a dormir”, dije levantándome apresuradamente.
—¿Ya? ¿Tan temprano?”, se quejó JD.
—Sí. Ha…hasta mañana.
Entonces vi que se me abalanzó como para besarme, y a duras penas pude esquivar el beso que iba para la boca.
—Hasta mañana, mi amor.
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