lunes, 23 de abril de 2018

Donde las mariposas se suicidan: 6

25 de agosto de 2015 

Todos estos han sido días largos. Cris y los demás son bastante conversadores. Me hacen reír mucho, sí, pero me siento como una completa extraña. 
Siento que no encajo. 
Por otra parte, he llegado a la conclusión de que mi reloj biológico se volvió loco desde que pisé el suelo de este lugar. Mira que despertarme a las tres y media de la mañana durante dos días seguidos y a las cinco los otros dos, es algo que no se veía en mí desde la época del colegio… 
Ayer el único que me recibió en el comedor en la mañana fue JD, quien me saludó con una efusividad que me asustó. A mí me da cosa cuando son tan afectuosos conmigo, porque no sé corresponderles. Soy tan seca que doy asco. Pero a él eso no pareció importarle. Me sorprendió de mí misma el hecho de no querer soltarme de su abrazo, y cerré los ojos al recibir su boca en mi frente. Luego me temblaron las piernas con la sonrisota que me dedicó al ofrecerme desayuno.

Como no quería molestar a Mani en la recepción, decidí dedicarme a inspeccionar el hostal. Resultó ser más espacioso de lo que había imaginado. Todo muy verde, con atrapasueños y demás colgando. La vista, como siempre, espectacular. Saqué de la biblioteca un par de libros. Pero lejos de eso, más nada quedaba por hacer. No pasó mucho tiempo para que me aburriera. Caminé por un sendero de ladrillo y llegué a la parte de atrás de la chocita donde dormía. La primera puerta estaba abierta, y daba a una habitación con cama doble. Estaba algo desordenada, pero supe inmediatamente que esa era la habitación de Cris y de JD. Cómo iba a olvidar esa mañana en que desperté en medio de estas sábanas… 
Bostecé y miré a mi alrededor. Me llamaron la atención los cuadros colgados en la pared, justo arriba del cabezal de la cama. Consistía en una serie de fotografías y pintura, todas muy bonitas. Después me enfoqué en el clóset. Lo abrí. Ropa de hombre. De JD, supuse. Respiré hondo con los ojos cerrados. Recordé su vello rozándome el muslo. Recordé el aliento caliente sobre mi nuca… 
Saqué una de las camisas. La agarré y la olí. Entonces me la puse, abrazándome con sus largas mangas. Volví a sentarme en la cama y me acosté. Recogí las piernas, abrazándolas sobre mi pecho; primero rocé los pies, luego las pantorrillas, y estirándolas otra vez me toqué los muslos. Un botón me pellizcó en un costado, haciéndome gemir. Cubrí una mano con la manga de la camisa y la pasé por el lado interno de mis muslos, trazando un camino tembloroso, todavía con los ojos cerrados. Llegué hasta donde empieza el vello púbico y comencé a frotar ahí, por encima del panty. Con la otra mano me rodeaba el rostro y sentí que me intoxicaba con la colonia de hombre. Eché a un lado el panti y comencé a rozarme. Arqueé el cuerpo levantándolo un poco y me acaricié el clítoris. Después introduje dos dedos, que pasaron suavemente. Los metía y los sacaba. Los metía y los sacaba. La manga de la camisa sobre mi boca abierta se iba oscureciendo con mi saliva. Recordé la voz gravísima de JD cepillándome la mejilla. En la oscuridad de mis párpados trataba de dibujar las aceitunas brillantes que tenía por ojos. Después de durar un rato así, cambié de posición, colocándome boca abajo; levanté las nalgas, hice a un lado el panty e introduje dos dedos en las paredes mojadas. Entraron fácilmente. Me sorprendió estar así de mojada nada más con eso. Movía las caderas de arriba abajo, tratando de guardar los dedos muy adentro de mí. Podía sentir la humedad escurriéndoseme por la pierna. Abrí la boca y la apoyé contra la almohada. Seguí dándome muy furiosamente, penetrándome y sacudiéndome el clítoris. Ya estaba a punto de llegar. Podía sentir cómo las paredes de mi vagina comenzaban a tensarse alrededor de mis dedos. En una última sacudida dejé los dedos adentro, y aún con la mitad inferior de mi cuerpo retorciéndose de placer deposité la cara sobre la almohada, respirando entrecortadamente. 
Y todo hubiese estado bien de no haber captado una figura tras de mí por el rabillo del ojo. 
Ahí, con los labios entreabiertos, estaba JD. 
El salto que di casi me hace golpear contra el techo. Aterricé bien aparatosamente en el suelo, tapándome lo más que podía con la camisa. Lo miré con los ojos abiertos como platos. 
—¿Por qué te detienes?—, susurró sonriendo.
No pudiendo sostenerle la mirada, de la vergüenza me quería desmayar. Le miré los labios, apretando instintivamente los míos. La mano que sostenía todo el peso de mi cuerpo resbaló de lo sudorosa que estaba y caí sentada en el suelo. Él tuvo un atisbo de preocupación. Me temblaba el labio inferior tratando de articular palabra, pero no dije nada. De pronto él rio otra vez y extendió el brazo para ayudar a levantarme. Yo le miré la mano grande, los dedos largos… me apresuré a cerrar las piernas temiendo que se me notara que me volvía a mojar. Al cabo de unos segundos de silencio, me apoyé en la cama y me levanté torpemente. Casi me vuelvo a caer de no haber sido por JD que me agarró con ambas manos de los brazos. 
—Upa.
Jadeando cerré los ojos y me llevé la muñeca cubierta por la manga de la camisa a la frente. 
—¿Llevas mucho rato ahí?—, susurré. 
—Lo suficiente—, contestó. 
—Yo, eh… q-qué pena contigo… 
—No pasa nada. Relájate.
El hecho de que estuviese sonriendo todavía no me relajaba para nada. Sus ojos naufragaron hasta mis piernas y luego subieron hasta mi cuello. La calentura me invadió la cara, que la debía tener coloradísima.
—¿Esa es mi camisa?—, dijo frunciendo el ceño. 
—Debería… debería irme.
Antes de que saliera definitivamente del cuarto, me prendió del brazo, pero de la pena no me atreví a mirarlo. Yo mantuve los ojos cerrados, y solo los abrí cuando dijo: 
—Hey, pero… ¿terminaste?
Sin mirarlo salí corriendo hasta encerrarme en el baño. Apoyé la frente sobre la madera de la puerta, tratando de recuperar el aliento. El arranque que me dio fue de lavarme la cara, y así lo hice. Dios. Qué vergüenza. Juré que no saldría jamás de ese baño. Y la verdad no sé cuánto tiempo pasé ahí sentada en el inodoro, con el sudor escurriéndoseme piernas abajo. 
Al rato sentí que tocaron la puerta. 
—No te puedes quedar ahí toda la vida, princesa—, dijo JD. 
Yo cerré fuertemente los ojos. 
—Eh… enseguida salgo—, dije. 
Al medio abrir la puerta vi la espalda de JD, quien al sentirme se volvió. 
Silencio. Nos quedamos ahí, viéndonos durante largos segundos. 
—Con permiso—, dije.
Hizo un gesto con la cabeza y se hizo a un lado para que yo pasara. Yo sentí el arranque de salir corriendo y a punto estuve de hacerlo de no haber sido porque JD volvió a hablarme: 
—Hey. Se te queda algo.
Al volverme vi que se agachaba y recogía algo del suelo. En sus manos colgaban mis pantis. Lancé varios intentos, varios manotones al aire para quitársela de las manos, pero las esquivó todas las veces. De tantos intentos di varios pasos hacia adelante y llegó un momento en que quedé muy cerca de él. Con una mano trataba de sostener la toalla sobre mis senos y la otra la tenía arriba, quedando sobre el cuello de él. Nuestras respiraciones estaban al mismo ritmo. De pronto puso una mano sobre mi espalda y me acercó más a él, apretándome fuerte contra su pecho. Yo bajé el brazo y lo coloqué en su clavícula, con el codo trataba de mantener algo de distancia. Pero aun así nuestros rostros estaban a escasos milímetros de distancia. Podía sentir el cigarrillo en su aliento. Otrora me hubiera molestado, pero en ese momento… no sé. Me gustó. Él acercó más el rostro para besarme. Lo esquivé y entonces juntó la frente contra la mía. Como pude me solté de su abrazo y le quité los pantis de las manos, a pesar de la resistencia. Él se rio mientras yo salía corriendo de la habitación. 
Ahora mismo estoy encerrada en la chocita, escribiendo esto. No sé de dónde he sacado las fuerzas para no desmayarme de la vergüenza…


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