31 de agosto de 2015
Por Mani me enteré que JD no está en el hostal por andar reuniéndose con unos distribuidores en la ciudad. Me regañé a mí misma por extrañarlo tanto. Ugh. La verdad no sé qué es lo que pasa conmigo…
Hace como tres días conocí a Juan, uno de los huéspedes del hostal. Es mexicano, joven, bastante interesante. Tiene mi edad, de tez morena y es un muchacho bastante simpático. Sus ojos son grandes y expresivos. He estado hablando mucho con él, pero más que hablar… bueno, digamos que tuvimos química desde un principio. Hoy me invitó a bajar a Pozo Azul, y luego de bañarnos en esa agua helada nos besamos.
Me dijo que le gustaba mucho. Más tarde, en la noche, subimos y nos fuimos para su habitación. Me acosté con él en su cama y nos besamos más. En eso me invitó a ponerme boca arriba, debajo de él, y cerré los ojos fuertemente. Él comenzó a besarme por todos lados. Poco a poco iba bajando. Subía mi camisa para besarme en el abdomen. Hubo un momento en que me desconecté. Ya no me sentía dueña ni de mis propios pensamientos. Entonces sus labios me parecieron los de otra persona. Comencé a sentir en él, que no tenía un atisbo de barba, el roce inconfundible de una de tres días.
No sé en qué momento empecé a fantasear con JD.
El vello de los brazos de Juan me rozaba los muslos, y yo apretaba los labios, sorprendiéndome a mí misma pensando en que el que me besaba era JD. Permanecí en un trance como por diez o veinte minutos. Me mojé muchísimo, pero llegó un momento en que reaccioné y ya no pude evitar la pena que sentía. Sin más me zafé de los besos de Juan y me despedí.
No volví a saber de Juan en todo el día.
En la noche llegó JD. Y esta vez fui yo quien lo saludó con efusividad. Me saludó con su acostumbrado beso en la frente y un “hola, princesa”, y aunque me molesta sobremanera que me pongan esa clase de apodos… no sé. En ese momento me sentí tan bien. Tan pendejamente bien.
Nos quedamos hablando hasta bien entrada la media noche. Cris y Mani también estaban con nosotros. Yo estaba melosa. Pero no pude evitarlo.
—Estás caliente—, me dijo JD.
"Joda. Si supieras...", pensé.
—Me duele la cabeza.
Al acostarnos pasó lo más raro del asunto. Después de darme una pastilla para la fiebre, JD mismo me acompañó a la chocita y me acostó en la cama. Me miraba fijamente, sentado en el borde. Entonces se acercó a mi cara. Me besó primero en las mejillas, luego en la frente y después se detuvo.
—Hasta mañana, princesa—, susurró.
Y me besó en los labios. Pese a que fue un beso corto, sus labios calientes demoraron un poco en despegarse de los míos. Todavía teníamos los ojos cerrados cuando se separó de mí.
Hubiera deseado que se quedara, pero me dio mucha vergüenza. Ni siquiera sabía cómo pedirlo.
Sin más se fue, dedicándome una de sus sonrisas bellas.
Me sentí tan cuidada, tan protegida en ese momento…
Ugh.
Maldita sea.
Insisto. ¿Qué coño pasa conmigo?
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