No, fíjense que no. Señores, por supuesto que no me muero por él. Ni que me gustara tanto, por Dios.
Pues bien, para empezar, ni siquiera Shimamura me agrada, es un samurai muy antipático e inmaduro. Es, en pocas palabras, un estúpido. No tengo porqué morirme por un idiota.
En fin, creo que ya los aburrí con tanta parla. Más bien creo que tengo que decir que estaba haciendo, ¿no? Bien, creo que empezaré así.
Me encontraba furibunda en mi habitación, ya que Shimamura había dañado por completo nuestro momento romántico. En verdad, estaba iracunda. Quería ahorcar a alguien, matar algo, extirpar algo, no sé. En ese momento la ira se me salía de casillas, señores. Quise en ese momento estallar en cólera y aborrecer por completo a Shimamura; deshacerlo de mi memoria y deseé nunca haberlo conocido. Maldije cuanta cosa se me pasaba por la mente y hasta hablé sola por horas.
-¡Odio a todo el mundo! ¡Odio a Ukyou y a Ukai! ¡Son unas completas estúpidas! ¡Y también te odio a ti, Shimamura! ¡TE ODIO! ¡Me oyes! ¡Maldito incendio que mató a mis amigos! ¡Tonto incendio que acabó con mi vida! ¡Odio todo!
Las lágrimas brotaron de mis ojos. Me había desahogado por completo, como nunca lo hice, lo haría, o lo hubiera hecho. De cualquier forma, señores, logré desahogar mi ira y todo lo que la rodeaba. Pero tiempo después me arrepentí de lo que dije.
Había revuelto toda la almohada y las sábanas cortas que había cercanas a mí. Deshice un pequeño turrón de azúcar que hacía rato tenía en mis manos. Lo volví añicos y lo mismo sucedió con el pañuelo que llevaba en mi cabeza, sólo que éste, no se deshizo en pedazos sino que se volvió nada después de la tremenda sacudida que había hecho mi mal formado cuerpo. Le digo así porque en verdad no tengo buen cuerpo, según mi punto de vista, claro. No sé que hubieran dicho Kuno y Shimamura acerca de mi cuerpo.
Shimamura Futanaba estaba al acecho, señores. Sí, como les parece. Al fin y al cabo, ni siquiera me sobresalté con la llegada de él.
-Yoko… te encuentras, ehhmm… ¿estás enojada conmigo?
Su afirmación parecía relativamente cínica. Me impresioné un poco, muestra de ello fue que arqueé las cejas en señal de exagerada impresión. Le hablé con tonito raro.
-Oye, y a ti quien te dijo que te metieras con Ukai, ¿eh?
-Pero Yoko… esa no fue la pregunta que te hice.
-¿Ah, no?
Me quedé con la mano derecha en la boca. ¿No fue esa la expresión que salió de su metida boca? Oh, por Dios… ¿pensaría acaso que estoy celosa? No quiero ni imaginármelo.
-Eh… bueno, yo sólo dije lo que pensaba. Bueno, y entonces, ¿cuál fue la pregunta que me hiciste?
-Que si estabas enojada conmigo, gran tonta.
-¿QUÉ? Pues imagínate que no lo estaba hasta ahora, ya que yo no soy ninguna gran tonta. El tonto aquí sería otro, ¿me oyes?
No respondió. Sólo me miraba con cara seria y despampanantemente. Sentí un estremecimiento fuerte que me recorrió todo el cuerpo. De cualquier modo, me sentía atraída hacia él. Como si su armadura tuviera imán.
-Yoko…
-¿Qué es lo que quieres ahora, ah?
No dijo nada, como siempre. Me miraba fijamente a los ojos y me estremecí de nuevo. Se acercó a mí y me tomó de las manos, diciéndome al oído.
-Oye, no quise hacerte enojar… Yoko. Por favor, entiende que para mí es muy difícil pedir perdón. Como sea, yo sólo quería decirte cuanto me importas, no quiero perderte, ¿me entiendes?
-Shimamura… yo… oh, está bien, disculpa aceptada. Por lo menos te dignaste a pedir perdón, no como siempre que soy yo la que tiene que darte un empujoncito para que puedas pedir disculpas. En fin, sí, te perdono.
-Está bien, pero quiero que sepas que esto queda entre nosotros—ese entre nosotros lo dijo abriendo bien los ojos y frunciendo el ceño—. Nada de chismes con tus amigas geishas, ni nada por el estilo.
-Oye cuantas veces te tengo que decir que no soy…
-Sí, sí, lo sé. Ya me has dicho varias veces que no eres geisha. Además eso no significa que te puedas hacer amiga de cualquier chismosa que ande por ahí.
-Ah, bueno, así la cosa es distinta.
Mi mirada cayó al suelo y divisé unas hormigas acercándose al tobillo de Shimamura y en seguida levanté la mirada, torcida pero profunda.
Shimamura había logrado ponerse de pie, pero no soltaba mis manos. Me sonrojé pero bueno, al fin y al cabo no hizo más nada que soltarme e irse. Como las hojas cuando se las lleva el viento. Sentí que al voz de Shimamura se desvanecía en mis pensamientos repitiendo formalmente: Yoko… Yoko… mi Yoko… no sabes cuánto te amo, Yoko…
Cosa que obviamente nunca saldría de la boca de él.
Salí, pues, de mi habitación y me dispuse a ir a el comedor, en donde nos sentamos los sábados con el shogun a comer y a “gozar” con los demás. La sala estaba vacía ya que eran más de las tres de la mañana. Así que decidí sentarme a contemplar el techo que de hecho estaba muy bien construido.
En esas estaba cuando sentí pasos que se acercaban a donde me encontraba, y cuando la silueta hubo cruzado la esquina que da por terminado el largo pasillo, reconocí que era la odiosa de Ukai. Sentí mucha ira al ver su rostro, cínico como de costumbre. La estaba observando de pies a cabeza cuando notó mi chismorrería, cosa que casi nunca hago que noten las demás personas.
Se dirigió a mí como quien no quiere la cosa.
-Yoko, ¿por qué tan sola? Pensé que estarías en la habitación del joven Shimamura.
-Pues para su desgracia, no. Y tampoco voy a ir a verlo en estos momentos.
-Pero, Yoko. Yo sólo preguntaba por simple curiosidad, no tienes porqué hablarme de ese modo, querida.
Definitivamente nadie le ganaba en cinismo, como ya les había comentado, señores. Ni siquiera Shimamura, por Dios. Impresionada de cualquier modo, le dirigí una mirada de menosprecio y volteé a otro lado, para no tener que mirar a esos ojos lujuriosos y cómicos. Me sentía verdaderamente incómoda con ella, pero igual si alguien fuese a llegar, también me molestaría que se quedara idiotizado con Ukai, si fuera hombre, claro, como lo hizo mi amigo Kuno.
Pobre inocencia de él, ahora supongo que él debiera de estar disfrutando en el más allá con Ukyou. Qué desdicha, señores.
Ukai, en conclusión, se paró y como es costumbre se largó de allí y no la vi en todo el maldito día (porque ya era casi de amanecer).
Me largué, señores. Sí, pero NO para la habitación de Shimamura. No señor, eso sí que no, mucho menos ahora que sé que está idiotizado nuevamente con Ukai. Me fui directo a mi pieza, para así dejar de pensar de una vez por todas en él, en la estúpida Ukyou, en la odiosa cínica Ukai y en mi adorado Kuno. Bueno, a decir verdad no quería dejar de pensar en Kuno, señores. Ni tampoco en Shimamura, pero no estoy enamorada de él, claro que no.
Mi habitación sí estaba ordenada. Mis manos estaban heladas y mis mejillas ardían en rabia. Mis puños permanecían cerrados como queriendo romper algo. Mi cara estaba fijada en algún lugar demacrado de la pieza… pero no logro recordar con seguridad qué era lo que estaba viendo, señores. Tenía tanta rabia en ese momento que lo único que hice fue torcer el pequeño pañuelo que me mantenía peinada la cabeza.
Lo estrujé con ambas manos y pensé en Shimamura. Sí señores. Pero también pensé en Kuno, ya que él en mi mente siempre iba a estar… pero no por mucho tiempo, ya que las fotografías de Shimamura se atropellaban unas con otras en mi pensamiento, cosa que se me hacía extraña; ¿pensaba más en Shimamura que en Kuno? ¿Qué me estuvo pasando, por Dios?
Y bien, después de todo, el pañuelo ayudó a que me desahogara después de todo.
Después de la odisea del pañuelo, me largué hasta el supuesto baño, en donde se bañan las geishas más hermosas de este doyo. Yo no me bañaba ahí, no señores. Yo tomaba baños relajantes en el lago cerca del doyo.
Igual, entré al gran tocador y cerré fuerte la puerta. Recuerdo era ya muy noche y yo tiritaba de frío.
Me desnudé en segundos y me metí de volada en la enorme tina de geishas; para el que le interese, no había geishas allí presentes… estaba yo sola, nadie más que yo.
Me pasé mis dedos helados por mi boca reseca, pensando en los dos hombres que me hacían temblar de miedo: Kuno y Shimamura. En los dos hombres que me harían cruzar el mundo: Shimamura y Kuno. Los amaba y anhelaba a ambos.
Eso enseguida me recordó mi primer beso furtivo con mi amigo Kuno. Aún recuerdo como me tomaba en sus brazos enormes y me apretujaba contra su torso.
Pues si tanto les interesa, señores, les voy a narrar ese mágico momento.
-Yoko… ¿puedo pasar?
-¿Eh? Ah, Kuno… claro, pasa.
Kuno Takewachi. Parte 2, escena 1.
Se sentó al lado mío; se frotaba las manos nerviosamente y trataba de mantener su mirada baja, a pesar de que su rostro miraba mis mejillas rojas del frío.
En fin, me puse roja, obviamente. Sin embargo, él tomó mis manos entre las suyas, tal y como lo hizo Shimamura, se acercó más a mí y… tantán. Me tomó por el mentón y eso hizo que me sonrojara aún más. Sus labios ardientes rozaron los míos, que estaban lógicamente resecos; su cabeza se movía a todos lados, con tal de provocarme un poco, pero yo estaba muy concentrada en mi pena y vergüenza que no me dio tiempo de incitarme. Kuno me apretaba a cada momento más y yo puse mis brazos en sus anchos hombros.
Al ver que yo le correspondía ese beso, Kuno me miró fijamente a los ojos y trataba de que me hiciera también responsable de lo que acaba de ocurrir. Yo sólo lo miraba.
Le leí los ojos y descubrí que yo le gustaba… cosa que reflexioné mucho después de que murió. En el transcurso del beso, todo me pareció sin importancia y allí mismo me concentré en recibir sus labios. Estaba amando a Kuno.
Señores, termino el sermón.
En el baño me limité a llorar como una tonta. Pensaba aún más en Kuno y en Shimamura; a la mente se me venían estúpidas y entrecortadas imágenes de momentos fantásticos vividos por mí en compañía de ellos.
Mis manos rozaron mis ojos aguados e intentaron reanimarme. Yo quedé entorpeciéndome aún más con ese loco llanto que ni venía al caso. Mis pensamientos se entrelazaban unos con otros en mi demacrada cabeza; sentía que iba a estallar.
Pero, señores, la vida después de todo no fue tan mala conmigo, ya que en ese momento no estallé.
Me salí del baño y me puse un kimono largo rosa… el cual me hacía ver como la odiosa de Ukyou. Eso me hizo enfurecer un poco pero igual, me di cuenta que estaba arrastrando el hermoso vestido por todo el pasillo marcado por pisadas húmedas de mis talones rogando un poco de calor.
Entré de prisa a mi pieza y encontré mis sábanas corridas y el pañuelo tristemente enroscado tirado en el suelo. Señoras y señores, de ahora en adelante les voy a contar nada más un pequeño resumen de todo lo que haga. ¿Están de acuerdo? Bien, entonces sigamos con este loco relato.
Me froté las manos con el pañuelo machacado y sucio que se encontraba en el suelo porque verdaderamente tenía mucho frío. Mi piel se erizó al sentir una extraña sensación de ser observada, cosa que no supe si era verdad.
Mi cuerpo tiritaba y ansiaba que por esa puerta entrara Shimamura y me abrigara con su calor de hombre. Me ruboricé en ese momento y dirigí mi mirada a la puerta intacta. Mi sonrisa desapareció al saber que el hombre que estaba esperando no había entrado a verme. Señores, creo que voy a empezar de nuevo con las palabrerías. Mejor les comienzo a contar cosas interesantes.
Pero no, esa noche no pasó más de ser una tórrida noche oscura y fría en donde una se siente afligida y las cosas que una quiere que pasen, no pasan.
Pues bien, señores, yo creo que a ustedes también el destino les ha hecho muchas malas pasadas con respecto al amor y todas esas demás patrañas… Ay Dios. Que voy a hacer con mi vocabulario.
Ni modo, mi habitación permaneció en silencio por toda la noche (o mañanita). ¿Qué esperaban que pasara? Ni loca pienso que Shimamura se despierte a medianoche y venga de escapada a mi habitación. Sería excitante pero estaría fuera de lugar, Dios.
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