Quería ahogarlo en mi mente para nunca dejarle salir. Mis pensamientos, todos, estaban repletos de fotografías de Shimamura. Qué desastre, por Dios.
Para cuando fuimos a almorzar, nuestras miradas eran muchas risas y sonrojos seguidos.
Después, me encontré a Sonaki, que hacía tiempo no la veía, en verdad. Se me acercó y me saludó, como toda una Muroachi.
-Hola Yoko, ¿como estás? Hacía tiempo no te veía.
-Ah, hola Sonaki. Es verdad, pareciera como si hace años no te viera. ¿Como estás tú?
-Si supieras…
Sonaki soltó un largo pero conmovedor suspiro que me preocupó. Le dije que nos sentáramos para poder charlar cómodamente. La miraba a los ojos y eso hacía que me preocupara aún más, ya que pareciese que estaba a punto de llorar.
Vi en sus ojos la más humilde tristeza que me hubiera sido imposible imitar. Me preocupé aún más.
-Vamos, Sonaki. Me tienes intrigada, ¿qué es lo que te ocurre, eh?
-Ay, Yoko… la señorita Ukai quiere prepararme para ser geisha… Akira me dijo en una voz que no le conocía que no se me ocurriera ser eso. Estaba enojado y me están presionando a hacer algo que no quiero. ¿Qué puedo hacer Yoko?
-Tú lo has dicho. Nadie te puede obligar a hacer algo que no quieres…
-Pero es que ella es la geisha principal… es la que manda.
-¿Y eso qué? ¿Si ella te pide que te tires de un quinto piso y sólo porque es la más bonita y la que manda vas a obedecerle? ¿Dónde quedó tu dignidad y tu autoestima?
-Yo… no sé que hacer…
Se reventó en llanto la pobre. Me conmoví un poco y tenía al borde de los ojos unas pequeñas lágrimas. Sentí en ese momento asco hacia Ukai. ¿Cómo pudo hacer eso? Obligar a alguien a hacer lo que no quiere. No me parece justo. Es una fanfarrona que sólo se esconde detrás de esa persiana de ser la “geisha principal” o talvez “la mandamás”. ¿Que demonios es lo que se está creyendo?
En fin, señores, se preguntarán que fue entonces lo que ocurrió con Sonaki. Pues para que vean, les voy a decir la verdad. En ese instante, le dije que me llevara a la pieza, o al despacho como le llamen, de Ukai (la estúpida esa).
Ya en el pasillo, sigilosamente volteaba a ver la puerta de la habitación de Shimamura. Después que la divisaba me volvía enseguida a mirar el rostro de mi amiga. Estaba ahogada en llanto. Me di cuenta entonces que, a pesar de todo, detrás de esa sonrisa fuerte siempre hubo un poco de sensibilidad de parte de Sonaki.
Entramos pues en la habitación de Ukai. Se encontraba sentada en el kotatsu mirando lejos y con un poco de té en los muslos. Tenía cara de muerte. Parecía un mismo cadáver. Pero tengo que admitir que sí era la más hermosa de este doyo.
Entonces fue cuando yo hablé.
-Señorita Ukai, discúlpenos la manera tan cavernícola de entrar a su cuarto, pero lo que pasa es que tengo que hablar muy seriamente con usted.
-Si, claro, querida. ¿Qué es lo que ocurre?
Sonaki estaba enjugándose las lágrimas detrás de mí y Ukai me miraba con desconcierto. Le hablé como a nunca nadie le había hablado. Parecía una misma loca, por Dios.
-Bien, primero que todo usted no es nadie como para obligar a otra persona a hacer algo que en verdad no quiere hacer. Mire, en verdad, cuando Sonaki me habló de lo sucedido, eso de que usted quiere que ella sea una geisha, cosa que ella por ningún motivo quiere ser, me encolericé, Ukai. Así que más le vale retirar esa decisión. Por Dios, sé que éstas no son las palabras para expresar lo que siento con respecto a lo que ocurre, pero es que en verdad me parece EL COLMO que usted se pase con la gente y la trate como si sólo fueran unos simples trapos viejos y como si no importaran en verdad, aunque también sé que usted es la geisha principal.
Sonaki estaba detrás de mí con la mano derecha en la frente en señal de vergüenza. Ukai me miraba con el ceño fruncido. Mi ego se elevó por unos minutos, justo lo que duró mi sermón hacia la Ukai esa. Que despampanante soné, ¿no es así?
En conclusión, lo que pasó después no fue tan satisfactorio como yo esperaba. Ukai se dirigió a mí con desconcierto, y lo único que dijo fue:
-¿Terminaste?
Me quedé boquiabierta. De seguro que ni Shimamura le gana en cinismo. ¡Que cinismo, por Dios! Nunca había escuchado esa respuesta a un sermón que en verdad si tiene motivo de ser, Dios.
No toleré esa falta de atención y le alcé un poco la voz.
-Pero que es lo que está diciendo, señorita Ukai. ¿Acaso no ve la seriedad del asunto? Está obligando a alguien a hacer algo que no quiere hacerlo… es que acaso eso no le importa, ¿eh?
A lo que la Ukai me respondió con un poco de seriedad. Más seria que antes diría yo.
-Yoko, soy la mano derecha del señor Kinomoto; más te vale que no me vuelvas a alzar la voz. No tienes ningún derecho. Ah, y con respecto a lo de Sonaki, no te preocupes. Ahora mismo les digo a ambas que no es obligación ser geisha. Si ella no quiere serlo, pues, simplemente que no lo sea. Sanseacabó.
Me quedé estupefacta por unos instantes. Bien, al parecer se había solucionado la situación de Sonaki. Yo no es que estuve del todo convencida, no señores. Con lo mal que me cae Ukai y tanto que se parece en la actitud (y en el físico también) a Ukyou… ¿por qué no sospechar?
Pero igual, no podía decir ni contradecir nada acerca de la palabra de la odiosa de Ukai. Sin embargo, me preocupa que le hubiera podido decir el joven Akira a Sonaki. Me impresionaba que el joven Akira fuera así de potente con su hermana menor. Qué autoridad.
Cuando salí de la pieza de Ukai, me dirigí al cuarto de Shimamura. Quería verlo de nuevo. Pareciera como si no pudiera vivir sin él. Me parece el colmo.
Cuando hube llegado a la sección de los samuráis, el joven Akira estaba afuera, con su común sonrisa acogedora. Me saludó y yo hice lo mismo. Le pregunté por Shimamura.
-Oh, joven Akira. ¿Cómo está?
-Señorita Yoko, no la había visto más por acá.
-¿Ya te dijo tu hermana del veredicto de la señorita Ukai?
-¿Qué veredicto? ¿Te refieres a la obligación de Sonaki a ser geisha?
-Si, a ese veredicto. ¿Sonaki no te ha dicho nada?
-Ah, claro. Por eso ya no estoy de mal humor. Si, ya Sonaki me había platicado sobre eso, descuide señorita Yoko.
-Ah, bueno. Oye… Akira… ¿tú no has visto a Shimamura de casualidad?
-Shimamura? Ah, él debe estar en su habitación, ya que nunca sale de allí.
-¿Qué? ¿No sale de allí?
Shimamura no sale de su habitación. Que gran descubrimiento para mi, digo yo, claro; desde luego que yo no sabía que él tuviera algún tipo de entretenimiento ahí encerrado en la pieza. Supongo que lo único que puede encontrar para entretenerse uno es mirando lejos en la ventana, arriba del kotatsu. Eso para mí era lo único, en verdad.
Y si, cuando entré a la habitación de Shimamura, encontré la armadura que siempre porta por el suelo. La espada, apoyada en la pared y él, como dije, mirando lejos, sentado en la cama y su rostro contemplando el marco de la ventana. Un plato de sushi estaba en el borde de la cama, con los palitos por el piso y la salsa regada. Me dio hambre en ese momento, señores.
Me acerqué a él como comúnmente lo hago, pero a diferencia de las pasadas ocasiones, no le toqué el hombro, o el muslo, o cualquier otra parte del cuerpo (¡menos la que ustedes están pensando, morbosos!), sencillamente le hablé, con un poco de silencio, ya que la puerta la había dejado abierta.
-Shimamura… ¿en qué piensas?
-¿Eh? Yoko… ¿que es lo que haces aquí?
-Qué manera de recibirme. Sólo quería verte, ¿no estás feliz de verme?
-No, porque a ti no te quería ver, Yoko. Pero no vayas a ponerte triste, ¿me oyes?
-Ah, claro. Tú a la que querías ver es a Ukyou… ¿o me equivoco?
-Tampoco vayas a coger tus tontas rabietas. Claro que no quería ver a Ukyou… ella… ella está muerta, gran tonta.
-¿Y entonces? Ya hasta te enamoraste de Ukai… qué horror.
-Cállate, Yoko. A mi no me gusta Ukai, puesto que no he dejado de pensar en Ukyou. Ah, pero eso no importa.
Presentí antes de lo previsto que las lágrimas me fluían desde mi corazón desgarrado por sus palabras. Sentía que iba a estallar; pero no. Contuve el llanto y tragué saliva. Iba a enfrentar el destino: si él quería apartarme del hombre que me gusta, iba a soportarlo. No iba a rendirme tan fácilmente. No señores, ¿para que después me caigan encima un sinnúmero de malas pasadas y que el destino esté contento haciéndome sufrir? No, eso sí que no. No iba a permitir eso. Ni por todo el oro del mundo.
-¿Yoko? ¿Estás bien? ¿Yoko, te encuentras bien? Hola…
Cuando me pasó la mano por los ojos, me desperté de mi sueño horroroso. Lo miré a los ojos y le dibujé una sonrisa. Pobre tonta enamorada, ilusionada y todo lo demás… esa soy yo, perdida en un mundo en el que todas las cosas se me vienen en contra y no poseo salida alguna, señores. Estoy nauseabunda en un olvido infernal (me perdonarán las palabras para expresar lo que siento, pero es que en verdad me siento así).
Bien, después de todo algún momento de nuestras vidas nos tendremos que sentir agobiados o atrapados en una falsedad de la cual no queremos salir. Así me siento yo, señoras y señores. Precisamente así.
Shimamura, preocupado obsoletamente, me tomó de los hombros y me sacudió como si fuera esos aparatos dañados y que no funcionan. Me solté de él y le di tres golpes en el pecho. No recuerdo ahora el porqué de esos golpes, lo que si sé es qué fue lo que dije en ese momento.
-Eres un tonto, Shimamura. Sabes que te amo y me tratas mal. ¡Sólo piensas en ti mismo y te valen gorra los demás! y si acaso tienes un segundo para pensar en Ukyou, ¡pero para mi no tienes nada! ¿Entiendes? ¡Te voy a olvidar soquete!
Me tapé la boca con ambas manos. No pude contener el llanto y salí despampanante de la pieza. Él, al parecer, se quedó atónito después de lo que mi estúpida boca dijo. Estuve mal todos esos días. ¿Amaba a Shimamura? No lo sé. Ahora sólo me interesa terminar este relato, señores.
Al rato, eso sí, muy al rato… se podría decir que casi a la media noche, sentí que mi puerta se rodó. Era él, Shimamura. Supuestamente quería verme. Le dejé pasar y, se veía extrañamente atractivo con la armadura puesta. Sus manos se posaron en mis muslos y se sentó. No dejaba de mirarme a los ojos, lo cual me intimidaba y me hacía sentir incómoda. Eso creí.
Hubo un breve silencio.
-Yoko… ¿es verdad lo que dijiste hace un rato?—dijo en voz pastosa y casi a susurros.
-¿Eh? ¿Que si te amo? ¡CLARO QUE NO!
-Bueno, está bien, lo siento. Lo lamento—dijo, levantando las manos, en señal de exagerado arrepentimiento—. Para eso no tienes que gritar de esa manera, Yoko. Van a creer que te estoy haciendo algo.
-Pues, ¿sabes qué? sí, sí que me estás haciendo algo. ¿Sabes qué es? ¡Estás matándome de ira!
-¡Pues si tan mal te caigo, por qué entonces me dijiste que me amas!
-¡Que no te amo, tonto!
-¡Eres una tonta! ¡Por que dijiste todas esas cosas, eh!
-¡Porque me preocupo por ti! Sólo eso…
Hubo un molesto silencio. Como ya les había dicho, no soy tan amiga del silencio. No, en verdad me pone de malas el que estemos en silencio una persona y yo. En este caso, él y yo. La luna y el sol. El agua y el fuego.
Pero para mi fortuna, él fue el que habló primero.
-Yoko, ahora sí, dime. ¿Que es lo que sientes hacia mi?
-Sólo cariño de amigos. ¿Qué esperabas?
-No, no, nada. No te pongas así.
-Ah, bueno.
Aún tenía las manos en mis muslos. Sentía como sus dedos se frotaban nerviosamente en mi falda blanca; quería tocarlos y darles un beso. Lo quería y no lo tenía.
-Oye… yo… yo también te quiero como mi amiga.
-¿Eh? Ah… claro. Sí.
¡¿Por qué sólo amigos?! Señoras y señores, mi corazón llegó al punto máximo de su destrucción. En totalidad mi pobre alma no daba para más. Quería estallar con tanto daño que le han proporcionado.
Shimamura y yo juntos, nunca…
Le puse mi mano en la mejilla, lo que (supuse) hizo que se sonrojara de una manera que sólo era privilegio de Ukyou. Deseé en esos momentos matar en su mente a Ukyou, hacerla pedazos y pedacitos… esfumarla para siempre del recuerdo de mi Shimamura.
¿Saben? Ya estoy pasándome de cursilerías con esta autobiografía.
Más bien, les voy a contar que pasó de raro en nuestro encuentro romántico, o sea, en el momento que Shimamura estuvo en mi cuarto.
A lo largo que corrían los segundos, los minutos, las horas, los días… en fin, yo me dejaba llevar del momento y me acerqué a su mentón. Le susurré cuanta cosa bonita se me pasaba por la mente (que en verdad eran muchas).
-Shimamura… yo… te quiero, nunca me dejes, ¿si?
-Yoko, yo siempre voy a protegerte. Así me cueste la vida, ¿entiendes? No voy a dejarte sola, ¿me oyes?
-Ay, Shimamura… yo…
El llanto volvió a aparecer. Mis lágrimas parecían ríos de turbulenta agua infinita. Quería estallar, en verdad. Me apoyó en su hombro, el cual estaba muy caliente, como a mi me gusta. Sentí sus labios cálidos de nuevo en mi cabello.
Vi que sus manos se posaban en mis caderas, en vez de posarse en mi cintura. Eso me excitó pero, ese no es el asunto. Yo quería hablarles de lo “raro” que iría a pasar en ese momento romántico.
Me aparté de él y le di su merecida cachetada, la más fuerte de las mil -y una- que le he dado. Retrocedió con el ceño fruncido y la mano en la mejilla cacheteada.
Me alzó la voz potentemente.
-¡Por qué demonios me pegas, Yoko!
-¡Porque eres un pervertido, Shimamura!
Su ceño fruncido me alteraba. Unas pesadas gotas de sudor le recorrían la garganta y mi mano estaba aún extendida. Shimamura se quitó la mano de la mejilla y se acercó nuevamente a mí.
-Yoko, prometo no volver a tocarte pero… en verdad, me gustas
-¿Eh? ¿Qué dices?
Me quedé estupefacta. Nunca pensé que esas palabras salieran de él y sobretodo hacia mí. Sólo se me ocurrió besarlo y en efecto, eso fue exactamente lo que hice.
Me le enganché al cuello y lo inundé de besos en las mejillas y en las esquinas de los labios, con lágrimas en los ojos y arrodillada en la cama. Él estaba sentado y cuando empecé a besarlo, me agarró con ambas manos la cintura.
Estaba en las nubes señores. En el cielo. Y realmente no quería salir de ese mundillo… necesitaba del calor de Shimamura para poder vivir.
Al rato, me di cuenta que me había quedado medio dormida en el pecho de Shimamura; aún tenía los brazos en su cuello y estaba encima de él en mi cama. Me había quedado dormida de tanto llorar y por un momento creí que al que estaba abrazando era a Kuno. Sin embargo, la imagen de mi amigo desapareció en cuanto Shimamura se levantó.
-¿Yoko? ¿Qué haces encima de mí?
-¿Eh? Ah… eso. No, yo sólo me quedé dormida en tu hombro. En verdad no fue mi intención, Shimamura.
-Como digas.
Me apartó de su cuerpo con mucha suavidad, cosa que no es que sea muy común en el, y se puso de pie. Me miró a los ojos y pareció sonreír. Más bien, hizo una bien hecha mueca.
Yo le devolví la sonrisa (o la misma mueca mal hecha). Nos quedamos mirándonos a los ojos por un buen rato. Veía en sus ojos una extrema calidez y ternura que, hasta tuve ganas de besarlo de nuevo, señores. Si, ahora sé que pensarán que este relato está terminando muy cursi, lo sé. Pero eso fue lo que en verdad pensé de sus ojos.
Pero el romanticismo duró muy poco, ya que en un abrir y cerrar de ojos, se rodó mi puerta y apareció Ukai.
-Pero qué es lo que están haciendo, por Dios. ¿Acaso no ven que si el señor Kinomoto los ve puede sancionarlos fuertemente?
Parecía enojada. Más bien iracundamente celosa. Que cosas digo, en fin, Shimamura se apartó ahora bruscamente de mí y yo hice desaparecer la estúpida sonrisa torpemente dibujada en mi rostro.
Ukai pareciera estar celosa por que estaba encerrada en mi habitación con él, cosa que me llenó de satisfacción, ¿saben?
-Ukai… ehhmm… de acuerdo, ya me voy.
Shimamura parecía extasiado con la actitud de Ukai. A mi me dio igual, pero en serio estaba muy entretenida disfrutando mi victoria sobre las geishas principales, y también estaba pensando en la odiosa de Ukyou. Se parece tanto a Ukai que no me queda duda de que sean algo. Digo yo, claro, tanto que se parecen esas mujeres que yo estoy al borde de la locura, señoras y señores.
-Señorita Ukai, ya Shimamura se iba… es más, acababa de entrar para ver como me encontraba. Es todo.
-Si claro.
Supe en ese momento que para ella no soné muy bien que digamos.
Para eso ya Shimamura había salido de la pieza. Ukai me miraba iracunda. Pensé que estaba envidiosa de que yo hubiera estado a solas con el hombre que… ¡DIABLOS PERO QUE ESTOY DICIENDO!
En conclusión, sé que lo quiero mucho pero HASTA AHÍ.
Ukai salió agresivamente de mi habitación, que a leguas se notaba que estaba furiosa.
“Que tonta” pensé yo.
Como bien curiosa que soy, no duré en salir de mi habitación y espiar lo que haría la Ukai esa. Para mi infortunio, la encontré hablando con Shimamura no se de qué.
Me encolericé en cuestión de minutos y salí arrogantemente de mi pieza, lo que hizo que ambos voltearan a mirarme.
Me les acerqué con una sonrisa hipócrita y fingida; Ukai le tenía la mano en el hombro a MI hombre y éste, sin quedarse atrás, tenía las manos levantadas dispuestas a ponerlas en los hombros de ella. Eso me hizo rabiar aún más.
Hablé como si nada en el mundo me importara más que eso. Se estaba apoderando de él como lo había hecho antes Ukyou.
-Oigan… disculpen, ¿interrumpo algo?
Shimamura habló raudo y sin disimular.
-No, claro que no, Yoko. Sólo estaba hablando con Ukyou… ehhmm, Ukai acerca de la situación del doyo Aebo.
-¿Por qué habría de preocuparte eso, Yoko querida?
-¡Eso no me preocupa en lo absoluto, Ukai! ¡Yo tengo todo el derecho de quejarme de cuanta cosa se me pegue la regalada gana!
Los dos quedaron boquiabiertos. Shimamura como que no soportó el que yo insultara a Ukai, así que enseguida abrió la bocota que tiene.
-¡Yoko no le hables en ese tonito a Ukai, entendiste!
-¡Ni tú ni nadie tienen la suficiente inteligencia (uyyy…) sobre mí ni mucho menos como para gritarme de ese modo, me oyes Shimamura!
-¡Ah, claro, ahora me vas a negar como le gritaste a Ukai, no es así!
-¡Por supuesto que no le grité! ¡Ni siquiera le has dejado hablar! ¡Eres un idiota, Shimamura!
-¡Ya dejen de pelear, por Dios!
Ukai se metió de cucharón a nuestra discusión. Estaba (supuse yo) harta de nuestra estúpida pelea. Pero igual me dio rabia que se metiera con Shimamura… sabiendo que me muero por él. ¡Y NO ESTOY CELOSA, SEÑORES!
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