sábado, 21 de abril de 2018

Eché una mirada al pasado simplemente: 2

Lo que si sé es que yo no estaba enojada con él. Lo sé muy bien.
Una noche nos encontrábamos en la mesa principal del doyo para un festival del aniversario de su fundación. Era sábado, así que estaba con nosotros un shogun y también estaba la bella Ukyou, ah, y también Kuno se encontraba ahí, claro está.
Yo era la que servía el sake en ese entonces.
Me llamaron.
-Yoko, trae el alcohol para acá.
-Sí, señor Shirokkata, enseguida—respondí.
Kadokawa Shirokkata, un shogun maduro de un doyo equis. Vestía su común gruesa armadura que pasa de generación en generación a cada nuevo shogun; tenía el kimono verde oscuro con los pantalones de un color más oscuro. Tengo que admitir que a su alta edad, aún se veía apuesto, samurai tenía que ser.


-Aquí tiene, señor Shirokkata—susurré.
-Gracias, querida.
-Yoko—oí que alguien me llamó.
Ese fue el primer y único momento en toda mi vida como eterna servidora de sake que la señorita Ukyou pronunciaría mi nombre.
-Yoko, ven acá—me dijo, que ya serían dos veces que dijo mi nombre—, siéntate aquí a mi lado.
Me sonrió y dejo ver su dentadura en todo su esplendor. Qué bonita sonrisa. Pero dentro de mí sentía esas horrendas ganas de salir corriendo y olvidarme de la testaruda de Ukyou, pero no. No podía hacerlo, señores.
Me senté y le dije gracias. Ella sólo sonreía, lo que hizo que yo también lo hiciera, pero con un toque de hipocresía.
-Hoy, querida, conocerás a mi prometido—dijo.
Me quedé estupefacta. Boquiabierta. ¿En verdad eso iría a suceder? no creía, pero en la cara de Ukyou se veía cierta firmeza que hizo que creyera todo lo que dijo. Qué bárbara, pensé.
-¿En verdad conoceré al joven que se convertirá en su esposo, señorita Ukyou?—pregunté.
-Claro, ¿por qué habría yo de mentirte? ¿Es que acaso dudas de mi palabra?—me respondió.
-No, sólo que pensé que se trataba de una broma…
-Pues fíjate que no es una broma. En verdad vendrá mi prometido, pero si no te interesa, pues, puedes irte ahora mismo, Yoko.
-Oh, discúlpeme, señorita Ukyou—susurré.
Hice una reverencia, como generalmente me pongo para presentarme a desconocidos o cuando tengo que pedir perdón. Como me quedé mucho tiempo en esa posición, ella comenzó a frustrarse, diciéndome algo que me causó mucha vergüenza.
-¿Te vas a quedar ahí en el suelo, a limpiar el suelo con la lengua?
-¿Eh? ¿A… a qué se refiere?—tartamudeé frunciendo el entrecejo.
-Te digo que ya puedes levantarte.
Me levanté de un salto con la cara roja de la vergüenza, lo que hizo que toda la gente se echara a reír. Lo único que hice fue irme enseguida a la habitación más cercana al comedor, que en ese momento era la mía y me refugié, con más rabia hacia Ukyou. Dios, qué coraje.
Luego de desahogarme un poco con la almohada, medio abrí la puerta rodante y escuché un diálogo, en la que nada más reconocí la voz de Ukyou.
-Señorita Ukyou, el joven… ya está aquí—dijo alguien.
-Qué bien, háganlo pasar, quiero verlo—dijo Ukyou.

¿Qué? ¿Cómo se llamaba? no, no alcancé a escuchar el nombre. Era muy largo. Y obvio, al rato, abatida por la curiosidad, abrí más la puerta y contemplé a aquel muchacho. Lo único que vi fue un cuerpo de hombros anchos cubiertos por unas enormes hombreras, espalda protegida por una gruesa armadura que parecía más bien una gran banda ancha que cubría su cintura, y además, llevaba una larga trenza muy bien hecha que le llegaba hasta donde nace su cadera.
Debo admitir que tenía un muy buen cuerpo, pero no le vi la cara ya que enseguida se marchó junto con Ukyou hacia el jardín del patio.
En ese momento, creí haber sentido mariposas en el estómago, como si el cuerpo de aquel joven samurai me hubiera impactado. ¿Qué tal?
Oh, bien, el muchacho y Ukyou se quedaron aún más tiempo abrazados en el jardín; el samurai –porque supuse que sería eso- asió el cabello de ella con su mano izquierda e hizo que se sonrojara.
-Qué patético—pensé.
Nunca había visto una escena así desde que era niña. Desde que espiaba a mis padres.
Alcancé a escuchar unos murmullos departe del joven samurai. No recuerdo muy bien que dijeron, pero de todos modos escuché, y eso fue lo que hice.
-Mi Ukyou, te extrañé. ¿Cómo has estado, en este doyo repleto de samuráis y sin mí?—oí que dijo el extraño.
-Yo estoy bien…--respondió Ukyou—, aunque un poco preocupada por tu tardanza, mi amor, (¿mi amor?, suena cursi, pero ni modo).
-No te debiste haber preocupado. Recuerda que yo mismo sé cuidarme solo. Oye, ¿sabes? hubo un momento en el que me sentí extremadamente lejano de ti. Por esa razón, no me iré de aquí hasta no haber terminado con los ninjas agresores.
-¿En serio harías eso, amor? ¿Te quedarás conmigo?
-Pero por supuesto que sí, Ukyou. No te volveré a dejar sola, ¿me oyes?
En ese instante, vi como abrazaba en el cuello al joven samurai y esto hizo que éste le rodeara con los brazos la cintura femenina. Ay, como quise en ese momento tener un abrazo así… pero supongo que ese sueño tardará en hacerse realidad, ya que, ¿quién se va a enamorar de una servidora de sake, eh? ¿EH?
En ese momento, El muchacho se levantó y se dirigió hasta el pasillo en donde yo me encontraba. Enseguida, cerré la puerta y caí de pompas en el suelo, un poco alterada, claro está. Alcancé a escuchar los sigilosos pasos de la geisha y luego los del muchacho.
-Supongo que esos deben ser los pasos de Ukyou, siguiendo a su hombre hasta donde irían a dormir—me dije a mi misma y entreabrí de nuevo la puerta: vaya sorpresa. Como la puerta de su habitación estaba abierta, alcancé a verlos. Estaban los dos acurrucados durmiendo, abrazándose el uno al otro.
-No, pues, qué bonitos se ven—pensé.
Después me enteré que Ukyou se había ido a otra aldea… dizque para unos servicios. Eso no me sonó nada bien… y para colmo, no volvió hasta el accidente.
Esa misma noche, casi en la madrugada, fui hasta la cocina. Allí me encontré con Futari, una geisha muy joven que solía acompañarme en el servicio del sake. Futari Takashi. Era muy amiga de mamá, y por supuesto que también amiga mía. Ella tenía el cabello negro y largo, amarrado en una cola alta, que en verdad me gustó mucho. Me gustó ese peinado. Cuando me vio, me saludó.
-Hola Yoko. ¿Qué haces despierta a esta hora?
-Ah, bueno, lo que pasa es que yo estaba un poco asustada con unos sonidos extraños que provenían de afuera, así que decidí levantarme para así tranquilizarme por lo menos un poco—dije.
-Hmm, ya veo. Sonidos extraños, ¿eh?
-Sí, así es—asentí con la cabeza y le sonreí con un poco de vergüenza.
Las dos nos quedamos tranquilamente hablando como viejas amigas que somos, sólo que, ella no sé si se dio cuenta, pero me percaté de que unas personas estaban afuera, como si estuvieran planeando algo.
Después de un rato, nuestra charla se vio interrumpida por el llamado desesperante de un hombre.
-¡Hay fuego! ¡Hay fuego! ¡Evacuen, rápido!
Nos sobresaltamos y gritamos horrorizadas, saliendo disparadas al vestíbulo. Todas las geishas y samuráis salieron desesperados del lugar gritando como locos. Yo me había quedado atrapada de un pie en un leño caído del techo, el cual se encontraba en llamas. Otro leño cayó y me pegó en la cara, precisamente en la mejilla, proporcionándome una quemadura. En eso, llegó Kuno.
-¡Yoko! ¿Estás bien? déjame ayudarte—me dijo.
-Kuno. ¿Tú no estabas enojado conmigo?—dije mirándolo a los ojos.
-¡Eso no importa ahora! Tenemos que salir de aquí cuanto antes. ¡Esto se está derrumbando por el fuego!—dijo y me quitó el leño del pie.
-¡Sí!
Nos dirigimos hacia afuera, pero antes de que Kuno saliera, un leño obstruyó la entrada, haciendo que mi amigo no pudiera salir. Me preocupé enseguida y volví hacia la puerta atrancada, con las manos en alto y dando alaridos.
-¡KUNO! ¿Me oyes? ¡RESPONDE KUNO!
No respondió. Miré a mí alrededor pero nadie había podido salir del incendio. Al parecer se habían quedado atrapadas en la antesala. Mis ojos se inundaron de lágrimas que me bajaron hasta las mejillas rápidamente.
-¡NO PUEDE SER! ¡KUNO!—grité desconsolada.
Después de mis gritos en vano, caminé a pedir ayuda, pero en el intento me caí al suelo.
Le pegué un par de puñetazos al suelo y luego, de tanto llorar, me dormí.
Todo pasó muy rápido. Nunca me imaginé que nuestros días de paz y tranquilidad terminarían así… como si una ráfaga de viento esfumara a mis parientes y a Kuno… como hojas inservibles…
Qué desgracia…


No hay comentarios.:

Publicar un comentario