Al despertar, noté que no hubo ningún sobreviviente del incendio.
-No… Kuno… Futari… mamá, hermana… los perdí para siempre… por qué…
Quería llorar otra vez pero algo me lo impidió y me tiré otra vez al suelo. Cerré fuerte los ojos y me desahogué golpeando duro al piso. Quería morirme, señores.
Pasó rato y sentí unos pasos dirigiéndose hacia mí.
-Oye… ¿te encuentras bien?—me dijo una voz.
Levanté mi rostro quemado y observé a un muchacho. Vi su cara un poco sucia y me di cuenta de algo impactante: esa misma armadura que le rodea el pecho y la cintura… esas mismas hombreras… pero mis ánimos desaparecieron cuando vi que no tenía la misma trenza, ya que tenía el pelo suelto.
Había jurado que era el prometido de la señorita Ukyou. Era igual a él.
-¿Es que acaso no me vas a responder?—insistió el joven.
El joven se quedó ahí, parado mirándome con lástima muy poco disimulada, diría yo. En ese preciso momento, se dirigió a mí de nuevo.
-Oye… ven. Estás muy quemada. Deja que te cure.
-Oye… ven. Estás muy quemada. Deja que te cure.
-¿Eh? pero si no te conozco…
-Ah, ¿entonces prefieres quedarte allí hasta que tu cuerpo se pudra de tantas quemaduras que tienes? Siendo así, me largo.
En ese momento vi que aquel joven se alejaba y me dejaba sola… otra vez.
-No… ¡Espera!
Me levanté torpemente, con lágrimas en los ojos y me dirigí hasta donde el muchacho; éste se volvió hacia mí y yo caí en su pecho llorando.
-No me dejes sola… ahora más que nunca necesito estar con alguien…—musité.
-Oye… ¿estás bien?—dijo con ternura.
Me acurruqué en su armadura, luego levanté mi rostro y lo miré a los ojos.
-Pobre de ti. Mira nada más como estás, niña. Será mejor que te ayude. Ni siquiera puedes caminar bien.
El muchacho me miraba con la misma lástima que al principio, sólo que ahora, con más disimulo, eso creí.
-Ven, sube—me dijo.
El joven se agachó, hizo posición para que me montara en su espalda e hizo que yo me subiera en él. Me sonrojé pero igual acepté su ayuda.
-Gracias…supongo—le dije.
La voz me salió ronca e hizo que el muchacho se dirigiera a mí con tono de voz firme.
-No te esfuerces tanto para hablar. Generalmente, algunas personas luego de un accidente, tienen dificultad para hablar. Mejor guarda silencio, es por tu bien.
Noté en su acento un poco de nostalgia, así que decidí hacerle preguntas.
-Oye… ¿tú también perdiste amigos en el incendio?—dije suponiendo que era el prometido de Ukyou—. Lo digo por el acento nostálgico con el que me acabas de hablar.
-¿Eh? oh, sí…, bueno, más bien no era mi amiga… era mi prometida, Ukyou…mi Ukyou… tú debiste conocerla a la perfección, ya que se nota que eres geisha, ¿o me equivoco?
-Pues estás equivocado. No soy geisha, yo era la que servía el sake.
Hubo una breve pausa que aproveché para pensar en lo último que dijo.
-Oye… ¡Tú eras el prometido de Ukyou, la geisha principal de este doyo!—dije aclarando mi sospecha.
-Sí, se suponía que nos casaríamos muy pronto, pero pasó esta desgracia…—dijo en un tono lamentable y melancólico.
Quedé boquiabierta. Estupefacta, más bien. Torpemente, dirigí unos poco disimulados lamentos que salían de mí como bombardeos.
-Oh, cuánto lo siento… bueno, yo también perdí gente querida en el incendio.
Mi mirada cayó al suelo pero se levantó en un santiamén, ya que su hombro medio se alzó. Mis ojos empañados de lágrimas observaban aquel hombro enérgico que me ofrecía su apoyo…y me acurruqué en él. Y me sentí tal y como me siento con gente conocida y amable.
-Mi mamá y mi hermana murieron en el incendio…—le susurré en el oído.
Me miró de reojo, con lástima, y después volvió a mirar al frente. Luego de un rato, me sentí llena de incomodidad.
-Ah, por cierto, ya me puedes bajar. Ya puedo caminar sola. Gracias—dije.
Me bajé bruscamente de la espalda del muchacho y noté que llevaba una espada. Mi curiosidad salió al aire y yo me entretuve en la vaina un poco decorada que guardaba esa espada.
-Eres samurai, ¿no es así?—le pregunté.
-Sí, lo soy. Raro que no nos hayamos visto las caras, niña, como dices ser la que servía el sake. Yo no te vi por ningún lado—respondió.
-Yo tampoco, bueno, yo tan sólo te veía de lejos cuando estabas con Ukyou…, eso me hacía sentir cosas extrañas…, pero qué más da. Nunca me fuiste presentado, y eso que la señorita Ukyou te me iba a presentar.
-Ah, ¿sí? ella nunca me habló de ti.
-Como cosa rara… ella nunca hablaba de las niñas que éramos sirvientas en ese entonces.
En esas caminaba al lado de aquel muchacho, desconocido y a la vez conocido. Él miraba siempre al frente, como concentrando su mirada en algún punto fijo de la nada que mostraba el espeso bosque. Mi calma se vio perturbada al ver que un silencio abrumador aplastaba nuestra caminata.
Bajé la cabeza, en un intento de llamarle la atención para que hablara y él interrumpió el silencio que dominaba nuestra supuesta conversación. Pareciese que mi intento tuvo éxito, ya que enseguida lo notó.
-Por cierto, mi nombre es Shimamura—habló raudamente.
Su nombre me dio vueltas en mi cabeza y volví a sentir ese horrible dolor de estómago que parecían mariposas en mi interior.
-¿Shimamura?, vaya. Bueno, yo soy Yoko—murmuré.
Giró el rostro al mío y sonrió.
–Yoko… me gusta ese nombre—dijo.
Si pensaba que halagándome con respecto a mi nombre me iba a ruborizar, pues estaba muy equivocado. En ese momento me percaté de que sus manos estaban sucias, maltratadas y quemadas en los dedos. Quise ayudarle, como cosa rara.
-Oye, tienes todas las manos quemadas… déjame ayudarte, ¿sí?
-¿Eh? ah, mis manos…, estuve buscando el cadáver de Ukyou pero sin éxitos. Además estuve enterrando restos de samuráis y geishas los cuales murieron en un intento por escapar…, pero no pudieron. Pasé toda la noche enterrando y desenterrando.
-Ah, conque eso fue lo que hiciste.
Pasamos toda la mañana hablando, pues, para conocernos mejor.
-Y… cuéntame. ¿Cómo conociste a Ukyou?
Me miró fijamente, como quien no entiende, y después bajó la mirada.
-Bueno, ahora que lo mencionas…, nosotros fuimos comprometidos en matrimonio desde pequeños, y con el tiempo ella se fue enamorando de mí y yo de ella. Mi madre era una sacerdotisa prestigiosa muy amiga de su madre, y siempre me llevaba a jugar con Ukyou. Je, ¿te cuento algo?—soltó una risita y luego dijo—: ella tenía unas muñecas muy bonitas (y algo caras si vamos a ello) de porcelana china, y no paraba de jugar con ellas. A veces y hasta me decía “oye Shimamura, ¿juegas conmigo a las muñecas?”.
Me reí. Él también lo hizo. Qué tal la Ukyou.
-¿Y tu padre qué hacía?
-Ah, bueno, él era samurai, y era también el que comandaba toda la patrulla en mi doyo. Fue él precisamente el que me introdujo en toda esto de ser samurai.
-Vaya, bueno…, mi padre también era así. Quería que fuéramos guerreras o algo por el estilo…, con decirte que cuando mamá estaba embarazada de mi hermana Akemi le rogaba a Dios que fuera varón.
-¿Ah, sí?—dijo levantando una ceja.
-Sí, y así hizo también cuando iba a nacer yo.
-Vaya—suspiró poniéndose los brazos detrás de la cabeza—. Pues, mis padres se alegraron de que fuera varón. Sobretodo mi papá.
-Oye… ¿y qué fue de ellos?—pregunté con incomodidad.
-Bueno—susurró con un dejo de nostalgia—, mamá murió cuando tenía cinco años. Y mi padre…, él murió de tuberculosis, cuando cumplí los seis. Nunca dijo nada de su enfermedad.
Hablamos tanto que, cuando nos dimos cuenta, ya era de tarde.
Decidí entonces vendarle las manos para que, por lo menos, no le dolieran tanto.
Me senté y esto hizo que él también se sentara. De mi bolsillo blanco de mi kimono, saqué unas cuantas vendas; cogí sus manos y las puse entre las mías, rozándolas un poco. Luego, le puse las vendas. Gimió de dolor unas pocas veces, lo que hacía que yo me disculpara a cada rato.
-¡Oye! ¡Ten más cuidado! ¡Eso duele mucho!—balbuceó.
-¡Lo sé y lo siento! no tienes porqué gritar, Shimamura—repuse.
-Veo que te amañaste a mi nombre, ¿ah Yoko?
-¿Eh? ah, sí… ¿algún problema con eso? Yo también veo que dices muy bien mi nombre.
-Sí, por eso te digo que me gusta. Se siente muy bien, ¿no?
Sentí su mirada fija sobre mi cabeza, ya que yo tenía la mirada baja. Sentí otra vez su fuerte voz interrumpiendo mis pensamientos. Ya era típico de él. Interrumpirme.
-Oye, ¿Yoko? ¿Acaso no me estás oyendo? pues la verdad, no acostumbro quedarme callado con alguien al frente.
-¿Eh? ¿Qué?
Me sobresalté mirando a ambos lados y por último, puse mi rostro fijo en el suyo.
-Cielos, pero qué despistada eres, Yoko. Ya veo que con una muchacha como tú no se puede hablar tranquilamente—habló de nuevo.
Dicho esto, se soltó de mis manos agitadamente, con un farfullo de su parte. Esto hizo que yo ardiera en cólera.
-Mira, Shimamura. ¡Ni tú ni nadie tiene derecho a criticarme o a decirme que debo hacer en momentos como éste! ¡Eres un muchacho muy grosero! a ver… discúlpate, jovencito.
Se quedó mirándome con cara de sorpresa. Supuse que nunca habría visto a Ukyou con esa cara tan repugnante.
-No te me quedes viendo de esa forma, que no me gusta—le dije—, Oye, dime algo, ¿acaso Ukyou no te ha dicho lo grosero que eres con ella?
-¿Eh? claro que no, ya que yo nunca fui grosero con Ukyou. ¡Ni que estuviera loco! Ukyou me trataba muy bien como para que yo la criticara de esa manera—respondió.
-Ah, claro. Me lo suponía. No eras grosero con ella pero sí conmigo, qué patán eres, Shimamura.
-¡¿Pero que es lo que estás diciendo?! ¡El que te haya dicho lo que te dije no te da derecho a que te refieras a mí como un patán! Más bien, la patana en este caso creo yo que sería otra, ¿no crees?—dijo mirándome con petulancia.
-Ay, ¡pero que cosa contigo, Shimamura! Qué antipático eres. Cómo te atreves a decirme patana, ¿eh?, ¿¡EH?!
Mi grito hizo que retrocediera y volteara el rostro a otro lado. Mi ira se notaba en todo su esplendor. Mis cejas se retorcían en algún lugar de mi copetuda frente, arrugando así el espacio que había entre ellas.
Me percaté entonces de que ya era muy noche.
-Oh no, creo que tenemos que conseguir un refugio en donde dormir. Yo en el bosque no duermo, ¿me oyes?—farfullé.
-Qué hermosa está la noche…—susurró ignorando lo que dije.
-¿Eh? ¿Qué dices?
Noté que en sus palabras había un estado de extrema calidez y frescura. Supuse entonces de que estaría pensando en Ukyou, como cosa típica en él. Me lo imaginé.
-Piensas en Ukyou, ¿Verdad?—le pregunté.
-Tengo que admitirlo… a ella le gustaba venir a ver las estrellas conmigo…
Me percaté de que su mirada se dirigía a las estrellas en el firmamento. Levanté el rostro yo también y me dediqué por un instante a contar las estrellas.
-Para mí era el momento más romántico que pudo haber existido en mi vida…
-Vaya… pero qué bonitos fueron los momentos que pasaron juntos, Shimamura…
Por largos minutos nos quedamos viendo las estrellas. Alcancé a contar más o menos trescientas sesenta y cinco. En ese momento me di cuenta de que se había quedado dormido apoyado a un árbol. Sentí una molesta pero bonita ternura hacia él que no dudé en acariciarlo.
-Shimamura… ven aquí…
Después lo cogí entre mis brazos y le apoyé su cabeza en mis piernas desnudas por el kimono corto que tenía. Por si les interesa, señores, el color del kimono era blanco. Se amarraba en un pequeño cordón a la altura de mi cintura. Era corto hasta la parte alta de mis pulidos muslos y en la muñeca blanca, tenía un pañuelo del mismo color.
Volviendo a lo nuestro…
-Shimamura… qué cálido estás…—murmuré.
Antes de que me durmiera, alcancé a escuchar un susurro que venía de él.
-Yoko… hueles muy bien…
-¿Eh?
Me sonrojé y le acaricié suavemente el cabello. Me gustó aquel comentario de parte de él, pensando que tal vez pudiera reemplazar aquel grotesco comentario de mi despiste.
De un salto, se puso de rodillas; giró su rostro a donde mí y me preguntó con voz presuntuosa.
-Oye… ¿sabes hacer trenzas? lo que pasa es que en el incendio se me desamarró la que llevaba, es decir, la que me hizo Ukyou.
-¡Ay Shimamura!, no me vuelvas a asustar de esa forma, ¿me oyes?—grité.
-No has respondido mi pregunta, Yoko.
Tomé un poco de aire después que recibí el susto.
-Ah, sí—dije—. Sí sé hacer trenzas. Ven aquí, te la voy a hacer.
-No pues, se te agradece… Yoko querida.
En ese momento, me dediqué a hacerle la trenza. Creo que él seguía con sueño, así que me apuré y terminé pronto.
Allí me di cuenta de que el amor llega, tarde pero llega… Creo que me quedé dormida junto a Shimamura… ¡OH POR DIOS! ¿Pero que estoy diciendo?
¡Como puedo estar enamorándome de un chico que apenas si conozco! Lo que sí me impresiona es que por primera vez no me quedé sin nada que decir enfrente de un samurai.
Con mi amigo Kuno era diferente… quiero decir, Kuno era mi mejor amigo, nada más. Yo me las llevaba muy bien con él… claro está que desde que solté esa carcajada loca deprimiéndolo… se alejó de mí… enfureciéndose más de lo que estaba, ya que sabía muy bien que nunca estaría junto a Ukyou. Pero quería hacerle quedar en claro que me gustaba de una u otra forma. Me daba rabia que estuviera coqueteándole a ella sabiendo muy bien que no le prestaba mucha atención que digamos, y además sabiendo que yo gustaba de él. De Kuno Takewachi, por Dios. Me parecía estúpido de su parte que estuviera regalándose así, de esa manera tan dura, señores. Creo que me entienden, ¿no es así?
Supongo que ahora deben de estar felices, besándose donde quiera que esté esa pareja dispareja. Igual me da.
Creo que ahora, en donde quiera que estén, van a estar juntos para toda la eternidad.
Hablé como dormida.
-Te pido me perdones Kuno... nunca te dije lo mucho que te quería…
Solté las lágrimas... creo que en silencio, ya que Shimamura ni se movió. Creo que no me sintió.
Lloré mucho y eso lo despertó. Él sintió mis lágrimas en su rostro y se levantó despacio… se quedó mirándome la cara, con preocupación.
-Yoko… por qué lloras…dime—dijo.
-Eh…no es por nada—resoplé.
Supe en ese momento que no soné nada convincente.
-Oh, está bien…—dije, al fin—. Pensé en Kuno…Kuno Takewachi… un amigo que también falleció en un intento por salir del doyo en llamas… el me salvó y… yo no hice nada para… ayudarle… a…
-Yoko…
Me tomó en sus brazos y yo me desahogué en su hombro.
Allí me di cuenta de que a pesar que suele ser grosero, tiene buenos sentimientos. Y yo que pensaba que los samuráis, a excepción de Kuno, eran de frío corazón.
Shimamura…
Después de un rato me di cuenta de que estaba a punto de salir el sol.


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