sábado, 21 de abril de 2018

Eché una mirada al pasado simplemente: 7

A la mañana siguiente, desperté en el pecho de Shimamura. Recordé entonces que estaba dormido y que yo me recosté sobre su rígida armadura. 
Me sentía de maravilla al lado de él… no mal piensen, señores. No es que me guste él, sino que me hace sentir bastantes cosas por un día. 
Igual, decidí levantarme. Yo, como siempre, me puse mi kimono blanco; me anudé mi pañuelo blanco del viejo doyo que, aún conservaba. Me puse a limpiar todo: desde pisos, techo, ventanas y ventanillas, mesas y demás cosas que estaban en la sala principal. 
Me di cuenta entonces de que era la única que me había levantado. 
Al rato vi que se abrió una puerta de las habitaciones del frente. Era la de Sonaki, así que decidí ir a buscarla. 
-Buenos días, Sonaki—dije al haberla encontrado. 
-Oh, Yoko, buenos días. ¿Cómo amaneciste?—dijo sorprendida. 
-Yo bien. Me alegra que preguntaras eso—dije sonriendo. 
-Ah… oye ¿Shimamura no se ha levantado?—susurró (y no sé la verdad por qué lo preguntó) 
-No. Es más, no estoy segura pero, creo que somos las únicas que estamos levantadas en este doyo… pero si quieres podemos hablar… ¿eh? 
Cuando volteé a ver, ya Sonaki se había esfumado, como si cada vez que quiero hablar con ella, desaparece por arte de magia. Ni que yo fuera un monstruo para que todos huyeran de mí. Que raro, será que huye de mí o sólo son tontas ideas mías… No estoy segura. Creo que es otro misterio. ¡Hey! Esperen un segundo. Ese misterio ya hace rato que lo había agregado. No es para volverlo a agregar. No, señores, no más misterios para mí. Eso si que no.

Bueno, ya basta de parlotear tanto. Más bien en lo que tengo que centrarme más es en lo que pasó después. 
Luego de un rato, se acerco a la mesa principal la señorita Ukai. Esa persona que menos esperaba en ese instante… qué piedra. 
-Oh, buenos días, Yoko. 
-Ah, si, buenos días… digo, no sé que tienen de buenos. 
Hice mala cara en pos de Ukai… por lo que ella ni cuenta se dio. En vez de darse cuenta, lo que hizo fue arreglar la mesa principal. 
En ese entonces no me acordaba que era sábado. Hoy precisamente viene el shogun del templo cercano. No sé si sea el mismo señor Kadokawa Shirokkata que era shogun de mi antiguo doyo… o quién sabe. 
Sólo es una suposición. No más. 
En fin, el día sábado no tardó en llegar. Y pues, mi suposición era buena, ya que el mismo señor Shirokkata venía a cenar con nosotros. 
Cuando vino, corrí a saludarlo. El no me reconoció pero después me identificó. Les contaré lo que me sucedió con el shogun. 
-¡Señor Shirokkata! ¿Cómo ha estado? 
-¿Acaso no eres tú la que servía el sake en el doyo Kohawa? ¿Eres Yoko? 
-Sí, soy la misma. 
Enseguida, me abrazó, pensando que había fallecido en el incendio. Yo solté unas pequeñas lágrimas de nostalgia… por lo que pasó esa noche. Recordé entonces a mi amigo Kuno, el cual nunca le dije cuánto lo quería. Quería gritar mi iracunda nostalgia a los cuatro vientos. Pero no podía. 
Al rato, todo empeoró cuando Shimamura vino y me encontró en los brazos del shogun. Yo le correspondí el abrazo, lo que puso más celoso a Shimamura. 
-¡Oiga! ¡Suéltela! ¡No la toque! 
-¿Eh? 
El señor shogun miraba con desconcierto a Shimamura, lo que me hacía pasar una pena horrible. Entonces, ahí fue que hable. 
-Shimamura… ¿por qué nos interrumpes de esta manera? ¿Es que acaso no ves que era el shogun de nuestro antiguo templo? 
-¿Qué? ¿El señor Kadokawa aún está vivo? ¿Ese viejo decrépito…? 
-¡Shimamura! Ay discúlpelo, señor shogun, lo que pasa es que este muchachito es muy insolente… no sabe lo que dice. ¿No es cierto, Shimamura? 
-¡Feh! 
Shimamura se largó de allí con desprecio, pero igual creí que estaba enojado conmigo… pero no quería dejar al shogun solo. 
-Ay, señor shogun… que alegría me da de que se acordara de mí. 
-Yoko… como te iba a olvidar. Tú fuiste muy servicial conmigo en el doyo Kohawa… hasta pensé que habías muerto atrapada. 
-Gracias por su preocupación, señor shogun. 
El shogun se marchó no sin antes darme una palmada en mi hombro… que caliente tenía la mano. Aún recuerdo la calidez aquella. 
Bueno, el asunto es que yo me dirigí hasta la pieza de Shimamura. Me iba a arreglar para la cena con el shogun… la cual no tardaría en comenzar. Shimamura se había acostado en el suelo, al lado del kotatsu, con la mirada fija en el techo. Estaba boca arriba, por eso noté su mirada. 
-¿Se puede? 
-¿Eh? Ah… claro. 
Shimamura no dijo eso último con mucho ánimo que digamos, más bien se rodó a un lado, creo. Supuse que si estaba enojado. 
En fin, le dije lo siguiente. 
-Oye, la cena va ser en unos minutos. ¿Vas a estar o más bien prefieres quedarte en esta soledad? 
-No lo sé… 
-Shimamura, ¿entonces quién sabe? No seas tonto. 
-Pues no quiero estar junto a ese shogun. 
-Es por el abrazo que me dio, ¿cierto? 
No respondió. Sin embargo él siguió con el ceño fruncido, pero no me desesperé. Igual, me fui hasta la sala de baño. 

Aquí entre nosotros, a mi no es que me guste tanto la idea de bañarme con demás personas, y si se trata de mujeres como yo, pues ahí si que menos. Yo soy muy penosa, mi naturaleza de herencia familiar, es de mucha pena. Sobre todo cuando tengo que hablar con un hombre… ¡que caos! 
Ya en el baño, me desnudé y me metí a la supuesta tina que allí se encontraba. El agua estaba calientita, eso supuse yo. No quería que Shimamura me espiara así que cerré fuerte la puerta. Creí que había quedado atrancada de tanta fuerza que mostré. 
En fin, me relajé en tremenda agua tan tibia… ah… aún el recuerdo abunda en mi pensamiento… era tan deliciosa, y más si se pensaba en la persona que más quería. 
¡NO MAL PIENSEN SEÑORES! Y claro que mucho menos piensen que la persona se trata de Shimamura… bueno, acepto que siento muchas cosas lindas por él, pero igual no mal piensen, por favor. 
Me salí de la tina y alcancé mi kimono rosa, el cual se encontraba en una mesita. Me lo coloqué y me quedaba precioso. Me parecía a la mismísima Ukyou en persona, les puedo asegurar. 
No es que piense que Ukyou es la mujer más hermosa del planeta. Sólo quiero hacer quedar bien claro cuan bonita me veía en ese entonces, como todos piensan que ella es la que se viste más bonito y todo lo demás, que esto y que lo otro… 
En fin. Me puse el kimono y salí. Shimamura se había levantado y estaba al pie de la ventana. 
Le veía la cara de ira. Presentí entonces de que su enojo no era enojo. Era más bien ira celosa. 
Me acerqué y le toqué el ancho hombro, el cual se sentía muy caliente… para mi gusto, claro. 
-Shimamura… ¿estás enojado conmigo? ¿Te encuentras bien? 
-Yoko… no estoy enojado contigo. Ni mucho menos celoso. Tú no me gustas, así que no tengo motivos para estar así, ¿oíste? 
Esas últimas palabras las dijo sin la más mínima compasión. Lo que dijo me hizo turbulencia en el fondo de mi corazón… no crean tampoco que lo amo, ni que me gusta ni nada por el estilo… es más, a mi ni siquiera me atrae. Bueno tampoco eso, que me atrae me atrae, pero que lo ame, pues, eso ya es más serio. Pero el asunto fue que en serio me dolió lo que me dijo, y en mi cara. 
-¿Yoko? ¿Qué te ocurre? ¿Por qué te quedas callada? 
-¿Eh? Ah, no nada, estaba pensando en cosas… si, sólo eso. 
Shimamura me miraba con desconcierto. No le parecía que si para quedarme soñando despierta tendría que dejarlo a él hablando solo. De malas, a mi me da igual. 
-Yoko, ¿tú vas a ir a esa estúpida cena? 
-Si, ¿por qué? 
-No, sólo por el simple hecho de que para ir allá no tienes por qué arreglarte tanto. ¿Acaso para ver al shogun tienes que ir así de despampanante? 
-Ay, Shimamura… ya vas a empezar de nuevo. A mi no me atrae el señor shogun, por favor, nos llevamos muchos años de edad. No le convengo ni él a mí. 
-Para el amor no hay edad, Yoko. De eso si que estoy seguro. A mi no me parece que andes con esas mañas de enamorarte e ilusionarte con ese tipejo. 
-¡SHIMAMURA! ¡Ya te dije que a mí no me gusta el shogun! 
-Bueno, bueno, no tenías por qué gritar. Ya entendí, por supuesto que no te gusta. 
Hizo mala cara en pos mío. Eso me dio mucha rabia, lo cual el no notó. 
-Ah, pero que decepción. Le gustan los viejos cuarentones. 
No presté atención a su comentario, y además, él no notó que me puse iracunda. Típico. 

Después, los dos, el obligado por mí obviamente, salimos de la pieza, el disimuladamente me tomó del brazo, apenas vio al shogun acercándose. Yo por mi parte me sonrojé. No soy de esas muchachitas que apenas ven al que supuestamente es su príncipe azul, se sonrojan enseguida. 
Pues, esa fue la excepción. Shimamura me hizo sonrojar. Debido a que el shogun se acercaba, Shimamura aún me tenía del brazo. Típico celoso. 
-No te voy a soltar, Yoko. Ni pienses que voy a dejar que ese tipo te aparte de mi lado. ¿Entendiste? 
-Si claro. Como digas, Shimamura. 

Dejé que me llevara consigo como burro a su dueño; me percaté del que el shogun no volvió a mirar hacia donde estábamos Shimamura y yo. Obviamente, ya que a el no le intereso y mucho menos no tengo por qué estar hablando de él de esta manera, por Dios. Noté que Ukyou, perdón, Ukai, se levantaba como si estuviera alterada por algo. Quien sabe. A lo mejor le dio celos por que venía con Shimamura. No es que sea fanfarrona ni presumida, lo que pasó fue que no pude evitar la sonrisa de satisfacción de ver a Ukai con cara de típica celosa. Ustedes comprenderán, señores. 
-Yoko, ven conmigo. No voy a dejar que ese hombre te aparte de mí. Más vale que te quedes aquí conmigo. ¿Me oyes? 
-Ay, sí, Shimamura, ya déjame tranquila. Voy a estar aquí, ¿de acuerdo? 
-Bien, de acuerdo. 
Shimamura quedó con cara de cómo a quien no le gusta la cosa. Eso me valió y por fin me senté. A mi lado estaba el joven Akira, tan bien educado como siempre. Cuando enfrentamos miradas él y yo, me dirigió una cálida sonrisa, que obvio yo también le devolví. Me quedé en silencio, hasta que Shimamura volteó a mirarme. 
-Yoko, oye. ¿Para que me hiciste venir aquí? ¿Sólo para verle la cara a cada uno de los que están aquí? ¿Eh, eso es lo que querías? 
-Shimamura, por Dios, cállate de una buena vez. Te traje aquí porque no quería llegar sola. Es todo, pero si quieres, puedes largarte ahora mismo. ¿Entiendes? No te tengo amarrado para que no hagas lo que se te pegue la gana. 
-Caramba, Yoko, nunca me imaginé que esas palabras saldrían de tu boca. Quién diría. 
Él enseguida, sin pensarlo dos veces (o más como casualmente lo hace), se fue del comedor y cuando pasó la esquina que dirige al pasillo, no le presté atención. Noté que casi todo el mundo volteó a ver a Shimamura cuando se levantó, en especial Ukai, parecía que estuviera preocupada por algo. Más bien celosa, digo yo. 
En fin, pensé “trágame tierra”. Ese menso de Shimamura me había hecho pasar una pena horrible. Medio mundo (que eran muy chismosos) e incluso el shogun, me miraban con desconcierto. Yo me tragaba la pena y el aborrecimiento que vendrían después, o sea, al día siguiente, ya que era la noche del sábado. 
Igual, no escuché ningún comentario acerca del tonto comportamiento que acaban de observar de Shimamura. Me fui con la cara agachada de la vergüenza; la verdad se me caía el rostro de la pena. “¡Shimamura es un tonto!” pensé en ese momento… Me dirigí entonces hasta mi pieza y me tiré en la cama con la cabeza debajo de la vergüenza. No escuché ningún escurridizo sonido proveniente del sector de los samuráis. Me quedé con ganas de ver a Shimamura. ¡OH POR DIOS! ¿En que demonios estaba pensando? ¿Como así que tenía ganas de verlo después de la pena que me hizo pasar, ah? Más bien de lo que quería hacerle a Shimamura era ahorcarlo por ese horror. Todo lo proveniente de parte de él es traste y pura tontería, supuse yo en ese momento de ira, desahogándome las pocas energías iracundas que aún me quedaban después de haber tragado saliva y salir del vestíbulo para mi habitación y después obviamente, del horror que hizo Shimamura. No crean señores que lo único que causó pena fue la brusca levantada de él, no señor. También fue la voz fuerte y despampanante con la que se dirigió a mí, cosa que me gustó. No es que sea masoquista, sólo que me encantó como me gritó. 
En ese momento me cansé de esperar a que viniera Shimamura y me dirigí hasta la habitación de él. Quise decirle lo que había desahogado en mi almohada, tenía ganas de arrancarle la cara a mordiscos, de comerle la boca a besos, de… ¡OH POR DIOS! ¿QUÉ ESTOY DICIENDO? Ni que Shimamura fuera qué, ¡¿mi sex-appeal?! bueno, admito que esa clase de hombres me volvían loca, pero hasta ahí. ¿Qué me esta pasando, por Dios? 
En fin, en ese instante me acerqué, con un poco de frío, a la puerta de la pieza de él. Toqué y hablé con voz sigilosa. 
-Shimamura, ¿estás ahí? Soy yo, Yoko. ¿Shimamura? ¿Estás allí? 
No respondió. Me preocupé, pero después cuando estuve a punto de volver a tocar a la puerta, se rodó un poco, ya que obvio que esa clase de puerta se rodaba. 
Sin hacer el más mínimo ruido, por que en verdad era ya muy noche, entre despacio a la pieza. Shimamura no estaba en la cama, ni sentado en el kotatsu como a veces suele hacer. Supuse que estaría en el baño. 
Me senté en la cama a esperar lo que viniera. Shimamura no hacía ruido ahí dentro, si es que se encontraba allí, claro está. En fin, señoras y señores, noté que la puerta del baño se corría a medio abrir. Sí, Shimamura estaba allí. Como no hice ningún ruido al entrar, supuse que no se había percatado de que estaba ahí. Me corrí a un lado de la baja cama para poderle dar una sorpresa. 
Y sí, sí que fue una sorpresa muy poco acogedora, ya que se sobresaltó y en vez de alegrarse de que estuviera allí, comenzó a gritarme. 
-Yoko, ¿pero que es lo que demonios haces aquí? ¿Es que acaso uno no puede tener siquiera un segundo de privacidad en este doyo? ¿Eh? 
Cuando dijo eso, levantó la mano y eso hizo que se le cayera la toalla que le tapaba de la cadera para abajo. 
Solté un grito desgarrador. 
-¡AH! ¡QUÉ COSA TAN FEA! ¡SHIMAMURA! 
-¡YOKO DEJA DE GRITAR! ¡NO VES QUE ES MEDIANOCHE! ¡DEBERÍAS AVERGONZARTE! 
-PUES FÍJATE QUE NO ME AVERGÜENZO, ¿ME OYES? ¡TÁPATE YA! 
-¡ESTÁ BIEN! ¡PERO DEJA DE GRITAR! 
-¡BIEN! 
-¡BIEN! 
Estaba realmente iracunda. Ay, pero qué coraje, por Dios. Shimamura con esas mismas se tapó. Yo me ruboricé pero seguía iracunda. Mi rabia crecía a cada momento, cosa que era muy notoria para Shimamura. 
Aquello me excitó un poco. Me miraba mucho pero apenas le dirigía mi rostro, volteaba a otro lado. Se dirigió al baño de nuevo y esta vez con su kimono. Estaba ya un poco calmada, y supuse que él también. 
-Shimamura… ven lo siento… ¿sí? 
-¿Eh? 
Sólo dirigió su común mirada de confusión, como quien dice, es un tonto. Él dejó de fruncir el ceño poco tiempo después, yo me quedé intranquila. 
-Yoko… 
Con un largo suspiro, entro por última vez al baño. 
Me percaté que se tardó mucho tiempo en salir. Realmente estaba impaciente por verle el rostro estupefacto de nuevo. Mi impaciencia llegó hasta el límite y decidí entrar al baño, cosa que pensé mucho antes de actuar (como debe ser, ¿no?). 
Entré, pues, y lo vi al pie del segundo kotatsu de esa pieza, con la mirada perdida. Ni siquiera se percató de que entré. Señores no se alteren, no soy pervertida pero en serio tenía ganas de verle la cara. Oh, bien, tenía puesto el kimono, ¿contentos? Shimamura se demoraba a causa de que, como siempre, estaba pensando en Ukyou. 
Me le acerqué y le puse mi mano en ese muslo… (¡Por Dios!). 
-¿Shimamura? Por que diablos tardabas tanto en salir, ¿eh? 
-¿Eh? Ah, eres tú. No, sólo pensaba en cosas… es todo. Quita la mano de allí, pervertida. 
-¿CÓMO QUE PERVERTIDA? Ay… te voy a matar un día de estos, ¿me oíste? 
-Como digas, querida… 
Noté en su acento un poco de nostalgia, como el de la otra vez en el bosque. Sólo que ahora, con un poco más. Digo yo, claro. 
Shimamura, al ver que yo no quitaba mi mano, puso la suya encima de la mía y me miró a los ojos. Me ruboricé en ese instante. Sentí de nuevo esas molestas y horrendas mariposas en mi estómago. Esas pequeñas partículas de amor que nadan en mi interior no las soporto en realidad. 
Quería besarlo. 
¡Ay! Aquí viene la mejor parte de todo esto. 
Me acarició la mejilla y enfrentamos miradas perdidas; yo casi quito mi mano de entre las suyas y me tapo la cara de la pena. Para ser francos, estaba muy roja. Parecía un mismo tomate. Noté que su mirada cayó hasta mis piernas, más bien hasta mi pubis, mi pelvis y todo eso, bueno, los huesos de la cadera.
Me cogió los cachetes con ambas manos y acercó sus labios a los míos. Enseguida, que ya hasta parece un acto reflejo de mi parte, le pegué una cachetada. Una bofetada muy dolorosa diría yo, que hizo que se cayera de la cama bajita y se dirigiera a mí de manera como le es común. 
-YOKO, ¿EN QUÉ DEMONIOS ESTABAS PENSANDO, EH? ¿Por qué me pegas? 
-Ay… Shimamura… yo… 
Me quedé sin responderle y el frunció el ceño. Lo supe porque levanté mi cara de reojo como quien dice y me defendí como es usual en nuestras conversaciones que siempre terminan en molestas peleas. 
-Mira, Shimamura. Por qué crees que te dejaría besarme después de todo lo que ha pasado, ¿eh? ¿Como se te ocurre? ¿Acaso crees que me dejaría besar de ti sabiendo que estás enamorado de otra mujer? 
Sentí que me inundaba el llanto. La pregunta ahora es ¿por qué? ¿Por qué se suponía que estaba llorando? Tengo que averiguarlo. Sabía perfectamente que a él le encantaba su Ukyou, y que además de todo, no tenía yo ninguna oportunidad con él. Eso, digo yo, fue lo que me entristeció en ese entonces. 
Señoras y señores, yo sé que ustedes se esperaban un momento romántico y a la vez conmovedor, pero, como soy yo, impedí que pasara ya que sabemos que a él no le intereso. Si acaso nada más como una amiga. Eso creo. 
-Yoko… te aseguro que no estaba pensando en Ukyou, además es la primera vez que no pienso en ella cuando veo a una chica. En serio, Yoko. Te lo juro, por Dios. 
-Sí, sí, claro. Como digas. 
Mi frescura se notaba a chorros. Pero él no dijo nada, más bien se quedó mirándome a los ojos. Me sentía inquieta e intranquila. ¡Que impaciencia, señores, la que tenía en ese momento! ¡Tenía ganas de hacer lo que sea! 
Shimamura se puso de pie y me puso la mano en el hombro en señal de regocijo. 
-Yoko… en verdad me agradas. Te quiero, ¿sabes? Y por eso también me interesa protegerte, ¿entiendes? 
-Shimamura… 
¿En verdad me dijo “te quiero”? ¿Eso salió de la boca de mi hombre? no lo sabría nunca. Mi corazón me decía que le besara, que no lo dejara ir. Pero mi mente decía que no. No podía gustarme Shimamura ya que su corazón (desgraciadamente) tiene dueña. 
Mi interior explotaba en amargas lágrimas de sangre; sentía cómo de cada pedacito de corazón brotaba una gota de sangre. Sentía como mi corazón se partía. Shimamura me está dejando morir. 

Por favor, señores, no me miren así. No es cursi ni nada por el estilo. Sólo cumplo con contarles este estúpido relato así sea con cursilerías como ésta, porque ésta simplemente es la pura verdad, ¿oyeron? Esto en verdad fue lo que pasó en ese momento. 
Ahora me toca describir lo que hice después y lo que él hizo también. Bueno, yo me levanté de un salto de la cama y me dirigí hasta la puerta con lágrimas en los ojos. Shimamura me siguió con la mirada, pero igual, no hizo nada. Yo esperaba que se levantara, me abrazara, pero no. Se quedó allí parado como un idiota. Esperando una respuesta de parte mía. Tenía mucho coraje como para decirle lo que sentía en ese momento. 
Como no escuchaba nada, abrió la boca, y dijo algo que, lo hacía ver cínico. Típico. 
-Yoko… ¿te encuentras bien? ¿Te pasa algo? 
No respondí y salí de la pieza, como si nada. Sentí que Shimamura salía y me extendía su cálido brazo pero que yo no le presté la más mínima atención. Estaba un tanto enojada. Y él seguía insistiéndome. Que bárbaro, ¿no? 
Me solté de él y sentí como su boca se posaba en mi cuero cabelludo. Me sonrojé. No dije nada pero en verdad hubiera deseado ese beso en otra parte del cuerpo, tal vez en la boca. Quizá, pero en ese momento no se cumplió mi fantasía. Estaba destrozada realmente. 
Me desplomé en mi cama y deseé nunca haber conocido a Shimamura. Así no estuviera en ese momento llorando por culpa de él. 
En fin, lo que si sé es que me quedé dormida llorando. A causa de él, señoras y señores. Pensando en Shimamura como cualquier otra idiota enamorada de la desgracia del amor no correspondido. Yo como veterana que soy, les digo que pensaba en Shimamura como mi príncipe azul. Si, señores, lo admito. Me agrada él. Lo pienso muy seguido y ahora más que nunca lo llevo atrancado en mi corazón, y nada lo podrá sacar. De eso estoy muy segura.


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