Llevo tres noches seguidas soñando con gatos. Con el mismo gato, en realidad. Muy pequeño y rubio, de ojos grandes y expresivos. Esta vez lo tenía cargado como a un bebé, mientras caminaba a través de un gran apartamento vacío de paredes blancas. Recuerdo que a mi alrededor había gente cuyos rostros no recuerdo. Llegué a lo que parecía un gran baño rodeado de enredaderas y matas de todos colores, que desembocaba en el verde patio de mi casa. No sé en qué momento comencé a tener al gato en mis brazos. Sus patas traseras me rodeaban la cintura mientras caminaba por todas partes, pero no sabía a dónde me dirigía. Daba vueltas y vueltas. Al finalizar el sueño yo me sentí algo caliente, y cuando vi me di cuenta que el gato me había orinado. Un orín de afluente largo, sin olor. No paraba de chorrearme toda la cintura.
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