martes, 25 de diciembre de 2018

24 de diciembre de 2018

Pese a que fueron imágenes horripilantes, ahora mismo, escribiendo esto, no las recuerdo en su totalidad. La última escena, sin embargo, hizo que me levantara de la cama con una sensación de malestar increíble. 
En el sueño, mis hermanos y yo viajábamos por lo que parecía una mezcla de Cartagena y El Rodadero. Mi hermana, la del medio, conducía una gran camioneta blanca. Yo, la mayor, iba en el puesto del copiloto, y mi hermano, el menor, atrás. Íbamos hablando y riendo hasta que, de la nada, nos chocamos contra un camión de esos de carga larga y ancha. Recuerdo que gritamos mucho, tanto, que se hizo ensordecedor, y cuando por fin pude abrir los ojos luego del impacto, vi que un tubo estaba incrustado en la garganta de mi hermana. Yo me apresuré a agarrarle la herida para que no se desangrara mientras gritaba con todas mis fuerzas por ayuda, pero por más que gritaba, nadie me escuchaba, ni siquiera yo misma. El vidrio de mi ventana no bajaba y el que conducía una camioneta negra al lado de la nuestra nos miraba, confundido. Yo lloraba y gritaba, presa de una impotencia terrible, hasta que desperté como a las seis de la mañana, sin más sueño, y ciertamente sin más ganas de seguir soñando.

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