Me nombraron secretaria de cultura en un pueblo anónimo y desconocido, y como primera tarea me mandaron a ir a un pequeño colegio. Al llegar, descubrí que el colegio no era más que un edificio ruinoso y destartalado. Cualquier ráfaga de aire podía desarmarlo, solo era cuestión de tiempo. Una construcción vieja, viejísima. Parecía hecha de tablón de un color amarillento y sucio.
No bien entré y me invadió un olor a humedad y putrefacción. Había agua germinando de todos lados. En todas las paredes había grietas que dejaban entrar inmensos chorros de agua. No, no estaba lloviendo ni nada. Es más, afuera, hacía un tiempo espléndido y el calor del sol era más que evidente. Y aun así, el colegio se estaba inundando.
Entré a un salón de paredes igualmente amarillas y mugrientas, sin ninguna clase de mueble o decoración. Examiné cada uno de sus rincones vacíos, situándome debajo de uno de los potentes chorros de agua que se colaba a través de las paredes. Luego salí y subí unas escaleras. Estas estaban hechas de un tablón más débil y casi me caigo. Subí bastantes escalones hasta llegar a un salón de clases, igual de putrefacto y húmedo. Las estudiantes que estaban presentes, unas niñas pequeñas y risueñas a pesar del horrible ambiente, me saludaron con alegría y sonrieron. Sus dientes brillaban en contraste con la suciedad.
Al bajar nuevamente las escaleras, los débiles escalones terminaron de romperse, pero no le di importancia a esto y me reí. Para salir del colegio tenía que atravesar una larga terraza invadida de césped altísimo. Por ahí no había entrado, pensé, pero no me importó. Luego tuve que pasar por un enladrillado rectangular lleno de personas a lado y lado, como un pequeño mercado público de gente vendiendo frutas, minutos y otras chucherías. Al final del sendero, una mujer seria me dio un candado y unas llaves para abrir la reja de la entrada del colegio y la entrada del salón. Sin embargo, cuando quise subir otra vez a mi salón, no había escaleras a las cuales subirse. Una niña me gritó desde arriba que todo iba a estar bien, que no me preocupara… o algo así. No recuerdo sus palabras exactas bueno, la verdad ni siquiera recuerdo si me habló en español, pero la sonrisa que se dibujó en su rostro y me reconfortó a la salida del colegio, cuando se me partieron las llaves dentro del candado y casi me derrumbo.
Después caminé hasta mi residencia, que sorprendentemente estaba al lado del colegio. Una mujer me acompañó durante todo el camino, que fue corto. No recuerdo que me dijera nada. Solo sé que era alta y oscura, pero no oscura con respecto al tono de piel. Toda ella era una sombra alargada y negra. Una sombra oscura, pero que sentí amable y benévola.
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