Acabo de caer en cuenta que me dormí con los lentes de contacto puestos. Tengo los ojos despidiendo una horrorosa legaña, hinchados como si me hubieran golpeado. Al mirarme en el espejo, no sabía si usar mis dedos o sacármelos con espátula. Dios mío. Solo de milagro he logrado parpadear. Lloro esta vez por el dolor punzante. Miren nada más. Tengo dos bocas más, dos nuevos pares de labios en vez de párpados. Tal vez tenga que acostumbrarme a la idea que de ahora en adelante son uno con mis córneas. Nunca llegaré a tener todo el dinero que requiere un trasplante de ojos. No, señor. Ni siquiera tengo para el almuerzo de hoy. ¿qué se supone que voy a hacer ahora? Si no veo, no trabajo. Si no trabajo, no escribo. No puedo escribir. No puedo escribir.
¿No puedo escribir? ¡Claro que no! ¿Cómo voy a escribir estando ciega? Bueno, no le fue tan mal a Borges. Pero no soy Borges. Y tampoco soy nadie en estos momentos, solo una treintañera con posibles cataratas precoces, capaz de llenar dos tanques elevados con legaña y pus. ¿Qué haría Borges? ¿Tendrá mi madre que asumir el dictado de mis novelas de ahora en adelante? No, mi mamá no escribe tan rápido. Mi papá tampoco. Maldita sea, nadie en mi familia escribe tan rápido. A quién engaño. Ni siquiera yo le cojo el ritmo a la extraña especificidad de la tormenta de mi mente.
¡Ah, por fin! Luego de seis intentos, logro sacar los lentes de contacto. Los boto directamente en la basura. Ahí va mi vista. Adiós, mis amores. A reflejar a -5.0 la basura y la inmundicia del área limítrofe.
¡Ah, por fin! Luego de seis intentos, logro sacar los lentes de contacto. Los boto directamente en la basura. Ahí va mi vista. Adiós, mis amores. A reflejar a -5.0 la basura y la inmundicia del área limítrofe.
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