jueves, 27 de enero de 2011

La Ciudad del beat

Esta era la Ciudad del beat. Quedaba a más o menos 200 kilómetros de la Ciudad Bonita y a media hora de la Metrópoli sin nombre. Al sur se enfrentaba a Santa Marta, al este a Valledupar y al oeste a Barranquilla; su barrio con mayor población era Mamatoco, cuya estructura era compartida con las ciudades vecinas. En la Ciudad del beat vivían felizmente un millón de habitantes aproximadamente.
En la Ciudad del beat no había nada que no circulara al ritmo del beat, o sea, al ritmo del Latido. El Latido era lo que regía la metrópoli, valga aclarar. No habían religiones, no habían cultos extraños ni fanáticos. Todo era por y para el Latido, para el beat. Por todos lados se escuchaban ritmos parecidos, se colocaban discos que se referían a la electrónica, electropop, house, indie y al trance. Hasta orinar iba al par del Latido.
Nadie se quejaba, nadie se oponía a la dictadura del beat. A todo el mundo le gustaba cómo marchaban las cosas, y hasta el momento no había una sola queja.
Cuando Judith llegó a pisar por primera vez las tierras de la Ciudad del beat no podía creer lo que sus ojos veían. Sin ningún tipo de aparato que fuera capaz de reproducirlo, ella escuchaba el beat, el Latido, la cosa rítmica y celestial que dominaba la atmósfera de esa ciudad. Judith sonrió más por miedo que por éxtasis. Era una fiel amante de la electrónica, pero esto era ya el colmo. Sobrepasaba considerablemente sus expectativas. Judith miraba aturdida a su alrededor, tratándose de explicar lo que estaba pasando. Los brazos de las gentes subían y bajaban al ritmo del beat, y vio como Daft Punk se convertía en el vallenato del pueblo y Lady GaGa en los villancicos de diciembre. Observó con estupefacción cómo hasta las hormigas se movían al compás, y cómo los ancianitos danzaban un trance famosísimo.
La Ciudad del beat entonces se convirtió en el segundo hogar de Judith. Encantada de vivir ahí, en donde todo marchaba según latidos omnipresentes, Judith no vio motivo alguno para regresar por donde había venido. Estaba extasiada, feliz, altamente dichosa. Nunca en su corta vida había sentido sensación semejante. Si así era el paraíso, se hubiera abierto las venas sin pensarlo dos veces.
Fashion Beats en un radiecito, Crimewave en otro. Around the world se escuchaba en el piano de la boda de Mariana Campos, y Poker face estaba debatiéndose en las novenas de aguinaldos. Todo sugería una alta dosis de beat, mas Judith no tardó en extrañar su vida común, o como decían las gentes de aquella ciudad, "la vida sin el latido". Precisamente por eso habían bautizado al beat como el Latido, porque un ser humano no puede vivir sin los latidos del corazón. Eso Judith lo entendía a la perfección, pero ya estaban comenzando a sangrar sus oídos por el intenso beat al que sometía día a día. Adoraba las canciones y los ritmos, las variaciones, las tonadas y los inevitables movimientos de cabeza que se generaban después, pero su pobre mentalidad iba a terminar por salirse de control si no detenía aquel atropello.
Debía parar. Estaba decidida.
Nadie supo cómo fue exactamente que pasó, pero tiempo después de que Judith dejara la Ciudad del beat un terremoto abrumador la enterró. Es por eso que ahora no registra ninguna Ciudad del beat en el mapa político de Colombia. Y es por eso que a los niños no les gusta la electrónica ni la enseñan en el colegio. Es por eso que el beat hoy día se ha ido reformando y es por eso que vemos que, tal y como pasó con el Latido, ya nada fue como lo era antes.
Pero no todo fue desconsuelo para el beat. La Ciudad del beat dejó un pequeño legado, al cual hoy en día se le llama "discoteca". Ahí los descendientes de los habitantes de la Ciudad del beat van a recordar los períodos de gloria de sus antepasados. Ahí se reúnen clandestinamente todos aquellos amantes del Latido, pues valga decir que no ha desaparecido del todo.

Poco después se descubrió que Judith había sido la causante del abrumador terremoto que arrasó con la Ciudad del beat, de cuyas evidencias probatorias aún no se tenía conocimiento. Judith estaba en el clímax de su felicidad, pues había consumado su venganza. Había logrado su cometido. Había llegado a la meta, y por fin había desaparecido la desagradable migraña del beat.
No obstante la Ciudad del beat no quedó del todo vencida, pues pudo obtener algo de revancha haciendo sufrir a su enemiga. Ahora Judith está condenada a vivir eternamente con una penuria casi tan grande como lo fue alguna vez su amor por el Latido: estaba condenada a escuchar a los Black Eyed Peas por el resto de sus días, a tener sexo con marcapasos, a defecar con respirador, a enamorarse a medias, a hacer ejercicio con sensores cardíacos, a someterse a trasplantes de corazón frecuentemente y a dormir en estado de coma.
La Ciudad del beat había arrebatado todo rastro de Latido del corazón de Judith.

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